Es precisamente a través de unos niños que Akira Kurosawa, el eximio director de cine, nos trasmite su deseo de hurgar en la tragedia, rescatar la historia y dejarnos un mensaje antibelicista. En su film “Rapsodia en agosto”, cuyo título he tomado para encabezar esta nota, Kurosawa nos invita a acompañar a cuatro niños que veranean con su abuela en las afueras de Nagasaki, 45 años después de los trágicos acontecimientos de 1945.
http://www.atomicbombcinema.com/english/image_gallery/stills/fs_47_detail.htm
Yo contemplaré la luna y limpiaré mi corazón (Obasute, teatro NO)
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Opinión / jueves 06 de agosto de 2020
GIOCONDA CUNTO DE SAN BLAS
RAPSODIA EN AGOSTO
Cada 6 y 9 de agosto, cada 7 de
diciembre, Fuminori recordaba las fechas. Nacido en una población cercana a
Hiroshima, tenía unos 8 años cuando Japón atacó Pearl Harbor el 7 de diciembre
de 1941 y 12 cuando su mundo cayó a la par de las bombas atómicas que Estados
Unidos lanzara en agosto de 1945 sobre las ciudades de Hiroshima y Nagasaki, a
tres días de diferencia una de otra, hace hoy exactamente 75 años, dando fin a la
Segunda Guerra Mundial.
Con un dejo de melancolía, Fuminori
volvía a sus imprecisos recuerdos infantiles. Al final, sus pensamientos en voz
pausada y español quebrado confluían siempre en el horror a la guerra y la
necesidad de la paz y la concordia para la sobrevivencia humana. Fuminori
Kanetsuna era mi tutor, mi maestro, en los lejanos años de mi formación como
estudiante graduada en el Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas.
Con los inocentes nombres de Little
Boy (Muchachito) y Fat Man (El Gordo), las dos bombas (surgidas del Proyecto
Manhattan, que reunió a la élite científica del momento) arrasaron en segundos
las ciudades de Hiroshima y Nagasaki, respectivamente, dejando a su paso más de
200 mil muertos y muchos más heridos, casi todos pertenecientes a la población
civil.
Al mes siguiente, la comisión
científica norteamericana enviada a Hiroshima para evaluar los daños, “certificó”
que en la ciudad no quedaba nadie enfermo por radiaciones. Con el tiempo, dos
tercios de los sobrevivientes murieron de cáncer, como secuela de la
radioactividad absorbida en esos días apocalípticos; setenta años más tarde, aun sobrevivían
83 mil en Hiroshima y 48 mil en Nagasaki, deformados por cicatrices queloides a
consecuencia de las graves quemaduras producidas por la explosión. Son los “hibakusha”, los enfermos atómicos, que
recuerdan con su sola presencia lo que quiso ser olvidado.
Y olvidado estuvo. Hasta 1952,
mientras duró la ocupación aliada en Japón bajo el mando del General Douglas MacArthur,
cualquier intento de divulgar noticias, fotografías o dibujos relacionados con
el cataclismo atómico fue censurado por el Código de Prensa. Por muchos años, la
población japonesa ignoró la magnitud del daño ocasionado a su país y a ellos
mismos; para los niños, entre ellos Fuminori, esa historia quedó reducida a un
párrafo insignificante en sus libros escolares, junto con otros episodios bélicos
que motivaron a Kana, joven nieta de hibakusha,
a concluir que su país no solo fue víctima sino agresora.
Es precisamente a través de unos
niños que Akira Kurosawa, el eximio director de cine, nos trasmite su deseo de hurgar
en la tragedia, rescatar la historia y dejarnos un mensaje antibelicista. En su
film “Rapsodia en agosto”, cuyo título he tomado para encabezar esta nota,
Kurosawa nos invita a acompañar a cuatro niños que veranean con su abuela en
las afueras de Nagasaki, 45 años después de los trágicos acontecimientos de
1945.
Frente a los restos de la escuela
donde muriera su abuelo ese fatídico día, la nieta mayor explica a los más
pequeños lo que ha pasado, les menciona que debajo de esa hermosa ciudad que
pisan hay otra Nagasaki borrada por una bomba atómica, lo que deriva en una reflexión
sobre el holocausto nuclear y la convicción de tejer un futuro en armonía entre
los pueblos, que no necesariamente entre gobernantes. En una escena
conmovedora, la abuela y sus nietos, de espaldas al espectador, en silencio contemplan
la luna llena que limpiará sus mentes de las miserias del pasado.
El estallido de la bomba en
Hiroshima dejó en pie la Cúpula de Genbaku que hoy forma parte del Monumento de
la Paz. Ella no es solo un recordatorio de la fuerza más destructiva creada por
el hombre en toda su historia, sino también una encarnación de los anhelos de
paz mundial surgidos de ese pandemónium. Elevada por la UNESCO a Patrimonio de
la Humanidad en 1996, la Cúpula fue consagrada con los votos de todos los
países, salvo Estados Unidos y China. Debajo del cenotafio central del
monumento se recogen las cenizas de unas 70 mil personas calcinadas en la
conflagración. Y grabada en piedra, la leyenda: “Reposen aquí en paz, para que
el error no se repita nunca”.
Goro, un humilde pescador hibakusha, nos dejó este mensaje: “Todos
hemos perdido en esta guerra. Las bombas cayeron sobre Hiroshima y Nagasaki, y
también sobre la conciencia de Estados Unidos”. En realidad, cayeron sobre la
conciencia de toda la humanidad, en un llamado a que nunca más se repita. Nunca
más.
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*Principales referencias para este
artículo: (1) el film “Rapsodia en agosto”, (1991), de Akira Kurosawa, basado
en la novela corta de Kiyoko Murata "Nabe no naka" (Dentro de la
sartén) y (2) el capítulo “Los sobrevivientes de la bomba atómica” del libro de
Tomás Eloy Martínez “Lugar común, la muerte”, Ed. Planeta, 1998, pp. 189-228,
Buenos Aires.
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