Esta es la primera vez que la humanidad como un todo vive una pandemia en tiempo real. Lo que ocurre en Milán, Nueva York o Melbourne es cotejado al momento con lo que sucede entre nosotros. Quienes tenemos familia en el exterior nos preocupamos por ellos y ellos por nosotros, con miedo a la misma peste, aquí y allá.
Opinión / jueves 26 de marzo de 2020
AL COMPÁS DE LA CIENCIA
GIOCONDA CUNTO DE SAN BLAS
COVID-19 Y EL EQUINOCCIO DE PRIMAVERA
Como los presos en las cárceles que
para no perder la noción del tiempo van marcando en las paredes el paso de los
días, así nosotros, encerrados en nuestras casas, aterrados ante un enemigo
invisible, vamos contando las horas sin fin. Las historias de ciencia ficción
se han convertido en realidad. Una partícula ultramicroscópica nos ha puesto de
rodillas, ante la perspectiva de muertes masivas. Parece que fue hace siglos
cuando discutíamos de política, de arte, de eventos culturales y científicos.
“Paren el mundo, que me quiero
bajar” fue frase sesentosa, acuñada por aquella juventud hippie de la época
para significar su rebelión ante el estado de cosas. Pues bien, el mundo se ha
parado, los jóvenes de ayer somos los abuelos de hoy, pero ni nosotros ni los
jóvenes del momento queremos bajarnos, queremos seguir aquí. Todo era desplante
vano.
Para los venezolanos las angustias
se multiplican. Para muchos, la vida se convierte en el infierno de no saber
adónde o a quién recurrir para el sustento diario, cerradas las fuentes de
trabajo. Para otros, el ocio será motivo de agobio. Para todos, la fragilidad
de un sistema precario de salud.
Es también una oportunidad para la reflexión.
Las calles vacías y el silencio de la vecindad nos invitan a escuchar a nuestro
yo interior, al que habíamos descuidado, abrumados por las premuras y azares de
la vida diaria, preocupados en sobrevivir al régimen. Ahora nos toca, además, sobrevivir a un virus,
como lo hicieron nuestros antepasados medievales.
Entre tanto, no hay excusa; tiempo
es lo que sobra para mirar hacia adentro, para revisar lo vivido y plantearnos
el futuro, para reencontrarnos afectivamente con parientes y amigos a través de
abrazos virtuales, una oportunidad para leer aquel libro o escribir aquella
carta, para estrechar lazos, recomponer relaciones, mirarnos y amarnos a través
de la luz que entra por las grietas, al decir de Leonard Cohen.
No nos queremos bajar. Todo lo
contrario, queremos que la normalidad vuelva, que la agitación se reinicie, que
el ruido vuelva a ensordecernos. Queremos que la ciencia planetaria nos dé en
días los medicamentos y vacunas hoy inexistentes, que ameritan meses o años de
investigaciones arduas para su disponibilidad. Dineros negados una y otra vez
para investigación, hoy están a la orden en la carrera por salvarnos del virus.
Decisiones que en épocas normales toman meses o años de interminables
discusiones, son resueltas en días, si se refieren a la pandemia. Todo lo demás
ha sido pospuesto.
La tecnología también se ha puesto
a la orden, haciendo que países enteros formen parte de experimentos sociales en
gran escala. Con tecnologías de punta, China y Corea del Sur exploran por
telefonía celular los movimientos de cada contagiado a efecto de encontrar sus
contactos, seguir el rastro de quienes deberían estar confinados, hacer
reconocimiento de rostros y seguirles la pista.
Dicen los surcoreanos que el
sistema está diseñado para llevar un monitoreo limitado al Covid-19, porque a
diferencia de los chinos, ellos sí viven en un país democrático. Pero la
angustia crece: ¿de verdad los gobiernos, democráticos o no, resistirán en lo
sucesivo la tentación de usar esas tecnologías para mantener vigilados y
amenazados a sus pueblos? No puede uno menos que recordar a Huxley (El mundo
feliz) u Orwell (1984) y se nos hiela la sangre ante la perspectiva cercana de
hacer realidad las distopías de esos autores.
Ya Camus nos advertía que cuando la
peste cubre todo, no hay destinos individuales sino una historia colectiva que
debe superar la separación y el exilio impuestos por las circunstancias. Esta
es la primera vez que la humanidad como un todo vive una pandemia en tiempo real.
Lo que ocurre en Milán, Nueva York o Melbourne es cotejado al momento con lo
que sucede entre nosotros. Quienes tenemos familia en el exterior nos
preocupamos por ellos y ellos por nosotros, con miedo a la misma peste, aquí y
allá.
El norte ha entrado en primavera, el
equinoccio ha marcado el tránsito, luego de un invierno de penumbras
enfermizas. En el trópico apenas vemos esos ritmos. Pero algo nos iguala: la
pandemia que nos ha paralizado y que continúa hacia el verano.
“…Todos fueron puestos en
cuarentena obligatoria, el miedo se volvió real y los días eran todos iguales.
Pero la primavera no lo sabía y los rosales volvieron a florecer…”. No solo los
rosales de Irene Vella; también
mis aves del paraíso están floreciendo. Hoy tengo tiempo para regarlas; ellas
me retribuyen con sus colores y animan mi espíritu, en preparación para tiempos
mejores.
TUITEANDO
La Asociación de Investigadores del
IVIC se pronunció sobre una supuesta cura del Covid-19 con
brebaje de “científico” venezolano.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario