“dar clases por televisión requiere de una señal abierta (gratis) dedicada a ellos 24 horas al día, con una estructura de contenido académico que intente llegar al público más amplio y que sea adaptado por especialistas en televisión. Eso requiere tiempo, capacidades y dinero”… ninguno de los cuales parece estar disponible.
Opinión / jueves 16 de abril de 2020
AL COMPÁS DE LA CIENCIA
GIOCONDA CUNTO DE SAN BLAS
CADA FAMILIA UNA ESCUELA
Tatu,
al igual que todos los niños finlandeses, desde su ingreso al primer nivel fue
animado a desarrollar habilidades y compartir proyectos educativos con sus
compañeros y maestros, con el uso de computadoras y digitalización, en
ambientes confortables, arquitectónicamente de primer orden. Su pizarrón es una
pantalla inteligente donde el maestro y los alumnos interactúan sobre temas
seleccionados. Los libros son electrónicos. Ya en cuarto grado domina los
idiomas finlandés e inglés, aprende alemán y en sexto grado comenzará a estudiar
sueco.
Sin diferencias de clase o género, todos los niños de Finlandia reciben
la misma educación gratuita de altísima calidad, guiados por maestros escogidos
entre una élite de universitarios con títulos de postgrado, quienes gozan de un
alto reconocimiento social y remunerativo, contribuyendo a que su país esté
ahora en los primeros puestos a nivel mundial en materia educativa y en
desarrollo nacional.
Tatu, al igual que otros 1.400
millones de niños alrededor del mundo, está hoy confinado en su hogar como
medida preventiva contra el contagio por el virus SARS-Cov2, causante del Covid-19.
En estos días sigue el curso desde su casa, usando el sólido entramado
educativo presencial y digital construido como política de estado por los
sucesivos gobiernos de diferente signo que han gobernado a Finlandia en los
últimos 60 años.
Yuneisy, mientras tanto, es una niña venezolana que vive en uno de esos
pueblos olvidados del interior, y que al igual que sus primos Yusmary y Deivi
en Caracas, está también en reclusión doméstica. Ya antes de la crisis del
coronavirus, Yuneisy asistía a clases en una escuelita destartalada donde los
maestros, más por mística que por retribución monetaria, enseñan en condiciones
precarias, con sueldos miserables que no llegan a US$ 6 (seis) mensuales (un
reciente “bono
de Semana Santa” por valor de Bs. 4.750, equivalente a US$ 0,03, tres
centavos de dólar, agrede con otra humillación al gremio docente).
Sometida a un programa ampliado con apuro para la ocasión, bajo la
prometedora denominación de “Cada
familia una escuela”, Yuneisy, sus primos y compañeros de clase entienden
que el confinamiento es necesario como protección contra el contagio, pero no se
explican cómo van a seguir un programa
docente completo por vía digital o aprendizaje a distancia, cuando en sus
humildes casas no tienen internet, mucho menos teléfonos inteligentes y algunas
veces ni televisor (el Observatorio
Venezolano de Servicios Públicos reveló que 63% de los venezolanos no
cuenta con servicio de internet en el hogar), y aunque su vecina solidaria sí
tiene conexión, ésta es muy lenta (apenas 2,83 Mbps en Venezuela para banda
ancha, según Speedtest
Global Index, el penúltimo lugar en un estudio de 141 países).
El programa también incluye clases por televisión. Pero Yuneisy vive en
una zona donde la señal de los canales llega de forma intermitente, cuando hay
electricidad, de manera que ella no puede cumplir a cabalidad con las tareas
exigidas.
El programa “Cada familia una escuela” supone que en todos los hogares hay
miembros de la familia con conocimientos y capacidad para acompañar el
aprendizaje de los estudiantes. Yuneisy se pregunta cómo es que su mamá va a
enseñarle cuando a duras penas terminó el 6º grado, al embarazarse de su padre,
ese ausente en su vida. Sus primos al menos tienen unos padres bachilleres. El
programa además supone que los docentes pueden convertirse de la noche a la mañana
en profesores a distancia, sin haber sido entrenados en las herramientas de
estas tecnologías, siempre bajo la política de improvisación que mueve al
régimen en materia educativa: la de Eudomar Santos (“como vaya viniendo vamos
viendo”) y la ideologización forzosa de los alumnos a todos los niveles.
María
Eugenia Mosquera, directora de Vale TV, televisora dedicada por dos décadas
a trasmitir programas educativos, nos señala que la televisión abierta no está
diseñada para dar clases, pero se convierte en un referente esencial para niños
y adolescentes, de ahí la importancia de los contenidos y la responsabilidad
frente a las audiencias. Y añade que “dar clases por televisión requiere de una
señal abierta (gratis) dedicada a ellos 24 horas al día, con una estructura de
contenido académico que intente llegar al público más amplio y que sea adaptado
por especialistas en televisión. Eso requiere tiempo, capacidades y dinero”…
ninguno de los cuales parece estar disponible.
“El modelo educativo que estamos desarrollando es reflejo de la sociedad
que queremos”, han clamado repetidamente desde Miraflores. Nunca mejor dicho:
una sociedad de vasallos poco preparados y no de ciudadanos bien formados.
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