Opinión / jueves 22 de agosto de 2019
AL COMPÁS DE LA CIENCIA
GIOCONDA CUNTO DE SAN BLAS
HAMBRE 5.0
“Los ladrones ya no roban dinero; roban comida”. Ese testimonio, revelador de la magnitud del drama alimentario que vivimos en la Venezuela de la 5ª república, se genera en un país en el que 57% de los niños padece algún grado de desnutrición y 33% de los niños entre 0 y 2 años de los estratos C e inferiores presenta retardo en el crecimiento o desnutrición crónica, con el consiguiente retraso cognitivo y psicomotor asociado a prolongados estadios de desnutrición severa.
Según la FAO,
combatir de manera eficaz la malnutrición y la subnutrición requiere el
suministro de 20 gramos de proteína animal per cápita al día, equivalentes a
7,3 Kg al año, además de legumbres, vegetales, frutas y lácteos. En 1999, el
consumo anual per cápita de carne en Venezuela era de 23 Kg, que bajó a 14 en
2014 y a 4 en 2018 (la proyección para 2019 es de
2,7 Kg), mientras que la media mundial es de 41, es decir, 6 veces más de lo
recomendado por la FAO.
La semana pasada, el Panel
Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés)
emitió un reporte según
el cual, una de las medidas a tomar entre muchas otras para reducir la emisión
de gases invernadero, principales causantes del calentamiento global, es la de producir
carne de manera sostenible, disminuir su ingesta a los niveles óptimos de
consumo y cambiar la forma en la que la población mundial se alimenta, con más
legumbres, frutas, verduras y frutos secos. Entre otras medidas a tomar, preservar
y restaurar bosques para aumentar la masa forestal, mejorar la gestión de la
tierra para cultivos y ganadería e implementar el uso de razas con mejoras
genéticas.
El escandaloso desperdicio del 25 a
30% de los alimentos producidos en un mundo donde el hambre campea en vastas
regiones del planeta, es también responsable de 8% a 10% de todas las emisiones
de efecto invernadero, según las estimaciones del IPCC. Por eso, los expertos
llaman a ajustar el nivel de producción, aplicar medidas educativas, mejorar
las técnicas de almacenamiento, transporte y empaquetado. De esa forma, se
podrían liberar millones de kilómetros cuadrados que podrían destinarse, por
ejemplo, a la reforestación.
La FAO, los nutricionistas y ahora
el IPCC nos recomiendan una y otra vez comer más legumbres, vegetales y frutas
(¡y los muy costosos frutos secos!), pero nunca nos dicen por cuáles
sustituirlos, dados los altos precios que exhiben en los mercados. Para un
venezolano cuyo ingreso es el salario mínimo (Bs. 40.000 mensual o US$ 2,5 mientras
esto escribo), adquirir frutas o legumbres es casi imposible. A precios de la
semana pasada en un mercado popular, la compra de los siguientes rubros (1 Kg
de cada uno): zanahoria, yuca, papa, plátano, cambur, patilla, guayaba, lechosa
y mango sobrepasaba dos salarios mínimos. Poco más que 1 Kg de carne, o 2 de
pescado, o 35 huevos es todo lo que puede
comprar el salario mínimo del mes, bajo condición de eliminar legumbres y
frutas.
Según los datos del Cenda, la canasta alimentaria de julio se
ubicó en 1.649.306,75 bolívares, equivalentes a 41 salarios mínimos, de manera
que ese salario apenas cubre el 2,4% de los gastos de alimentación mensual para
una familia de 5 personas, sin contar los demás gastos del hogar que
constituyen la canasta básica. No debe sorprendernos, por tanto, cuando la FAO
comenta que en Venezuela, la prevalencia de la subalimentación casi se
cuadruplicó, al pasar de 6,4% en 2012-14 a 21,2% en 2016-18.
Ante este cuadro dantesco, el primer
paso obvio es cambiar de régimen, uno que permita estabilizar la economía para
hacer posible un mejor vivir. Pero además, quienes se ocupan del manejo de la
tierra, agricultores, ganaderos, deben prestar atención a los llamados del IPCC
para que la reconstrucción de Venezuela se haga en el marco de patrones
ecológicos que ayuden a la disminución de la emisión de gases invernadero.
Siendo cínicos, podríamos decir que
el estado de abandono en que se encuentran las tierras venezolanas luego de 20
años de expolio gubernamental hace que Venezuela aporte muy poco gas
invernadero al cambio climático. Pero la realidad es que el equilibrio está en
aprovechar las tierras de forma sostenible para que sus habitantes y las
generaciones sucesivas puedan vivir mejor y más saludables, en un planeta cuidado
por todos. Es el único que tenemos.
TUITEANDO
Rubén González, secretario general
del Sindicato de Trabajadores de Ferrominera, se ha convertido en un símbolo de
la lucha de los trabajadores contra las prácticas antiobreras del régimen. En
contra de normas constitucionales, ha sido enjuiciado de nuevo por un tribunal
militar, que le ha condenado a casi 6 años de prisión. Nos sumamos a las más de
100 ONGs que
protestan esta decisión. Rubén debe estar libre.
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