Al igual que los mayas de antaño, también nosotros somos “hombres de maíz”, como ellos se llamaban a sí mismos cuando hacían mejoramiento genético del teozintle de forma empírica. Solo que ahora tenemos la oportunidad de hacerlo con procedimientos científico-tecnológicos ya establecidos, que harán posible una recuperación más veloz del aparato productivo agrícola nacional, si nos proponemos.
Opinión / jueves 08 de agosto de 2019
AL COMPÁS DE LA CIENCIA
GIOCONDA CUNTO DE SAN BLAS
AGRO VENEZOLANO, HISTORIAS PARA EL SIGLO XXI
En el relato bíblico, el episodio de
Abel, pastor de ovejas que ofrece al Señor el sacrificio de los primogénitos de
sus ovejas y Caín su hermano, agricultor que entrega como ofrenda frutas y
verduras, llega a su clímax cuando, implacable, ese dios severo y sangriento
acepta las dádivas de Abel, despreciando las de Caín quien, en un arranque de
celos, mata a su hermano menor.
Yo, irreverente, digo que Caín, al
dedicarse a la agricultura unos 10 a 12 mil años atrás, rompió su dependencia con
el dios iracundo y abrió el camino hacia el sedentarismo que hizo posible el
asentamiento de la población en ciudades, dando alas al nacimiento de la
cultura, al desarrollo de las capacidades del hombre según su libre albedrío, a
la civilización, dejando atrás la vida errante de Abel.
En ese proceso agricultor, los
descendientes de Caín comenzaron a experimentar con los pastos que encontraban,
separando aquellos en los que veían un mejor grano, una mayor espiga; en fin,
los agricultores emprendieron sin saberlo un trabajo de domesticación y
mejoramiento genético que hizo posible, unos 8 mil años atrás, el surgimiento
del maíz (ahora sabemos que por mutaciones en cinco regiones
del genoma) a partir del minúsculo teozintle en las tierras mayas,
o el de la papa y sus infinitas variedades en el altiplano quechua, por citar
solo dos cultivos originarios de tierras americanas.
El mejoramiento genético usado por
nuestros ancestros a través de los siglos puede hoy en día ser acelerado por
procesos biotecnológicos o de ingeniería genética, bajo estricta regulación (el
Protocolo de Cartagena es uno
de esos instrumentos legales) a fin de evitar usos indebidos o perjudiciales.
Ellos sirven para lograr una mayor producción y paliar el hambre a menor riesgo
ambiental; o una protección contra plagas; o la introducción de un suplemento
alimentario beneficioso, entre muchos otros provechos, como se ha documentado
para la soya, el arroz, el maíz, el tomate, por citar unos pocos cultivos modificados
de amplio uso. Además hay alimentos que se han “transgenizado” naturalmente, caso
de la batata que adquirió genes de Agrobacterium
en forma natural. Hoy
en día, a nivel mundial 80% de los cultivos de soya, dos tercios de algodón y
un tercio de maíz son
transgénicos.
Todo esto viene a cuento porque las
dramáticas declaraciones recientes de
directivos de Fedeagro (Confederación de Asociaciones de Productores
Agropecuarios de Venezuela) indican que la producción nacional de maíz ha caído
65% en los últimos 10 años, en parte porque la compra en el exterior de
semillas certificadas (no transgénicas, mejoradas por procedimientos
convencionales) ha sido reducida a un magro 16% de lo necesario para cubrir la
demanda nacional. Así las cosas, el autoabastecimiento nacional de
maíz hoy representa apenas 26%, a lo que se suman 34% de arroz, 24% de caña de
azúcar y 26% de café.
De tal manera que cuando la
pesadilla “revolucionaria” acabe, habrá que reconstruir el agro de manera
acelerada para impulsar el progreso. El Plan País para el sector agrícola no
podrá circunscribirse a aspectos económicos y legales, subsidios, compra de
maquinaria, todos ellos indispensables, sino también a adquisición de
conocimiento, investigación, tecnologías, aplicaciones surgidas de las
instituciones académicas y universitarias, emprendimientos basados en
tecnología, que hagan posible el resurgimiento del sector agrícola a tono con
el siglo XXI, en función de lograr la producción de semillas certificadas
nacionales, mejoramiento genético para un crecimiento más rendidor, ingeniería
genética para erradicación de plagas fitopatógenas, entre muchas otras
posibilidades, bajo el marco legal que nos ofrecerá la nueva Ley de Semillas, ya
aprobada por la Asamblea Nacional y en espera de un cambio de aires políticos
para su ejecútese.
Al igual que los mayas de antaño,
también nosotros somos “hombres de maíz”, como
ellos se llamaban a sí mismos cuando hacían mejoramiento genético del teozintle
de forma empírica. Solo que ahora tenemos la oportunidad de hacerlo con
procedimientos científico-tecnológicos ya establecidos, que harán posible una
recuperación más veloz del aparato productivo agrícola nacional, si nos
proponemos.
Hay quienes se resisten al empleo de
estos métodos, tal vez por desconocimiento de sus fundamentos y de las
regulaciones estrictas que los rigen, quizás por ignorar que desde tiempo
inmemorial estamos consumiendo alimentos modificados genéticamente. Pero como
dice el Premio Nobel en Química 2009 Venkatraman
Ramakrishnan, “para alguien como yo, que ha crecido en India, esas resistencias
se ven como cosa de gente que nunca ha conocido el hambre”. Vale también para
Venezuela. Es mucha la hambruna entre nosotros.
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