“La negociación y la discusión son las mayores armas a nuestra disposición para promover la paz y el desarrollo”, decía Nelson Mandela quien, luego de pasar 27 años en un calabozo surafricano por sus luchas contra la discriminación racial que arrojaron miles de muertos, no le hizo ascos a sentarse con el jefe de gobierno De Klerk para lograr un acuerdo de convivencia que acabara con el odioso régimen del apartheid, contando con el apoyo de la comunidad internacional, interesada en derogar las leyes raciales.
Opinión / jueves 23 de mayo de 2019
AL COMPÁS DE LA CIENCIA
GIOCONDA CUNTO DE SAN BLAS
TRAGANDO GRUESO
Decía
Rafael María Baralt, ese zuliano soldado, escritor, poeta, historiador, primer
hispanoamericano miembro de la Real Academia Española, que la paz no da lugar a
la historia, que la guerra con sus victorias y derrotas -mientras más
sangrientas mejor- son las que por lo general se ponen al frente para narrar nuestro
devenir como humanidad. Es decir, la paz una vez lograda, rara vez hace
titulares, solo la guerra con sus miserias. “No news are good news”, dicen los
ingleses: “es una buena noticia que no haya noticias”.
Así
las cosas, las degollinas de la guerra de independencia y el decreto de guerra
a muerte que redujo en un tercio la población venezolana de esos años aciagos,
son más recordados que el tratado de regularización de esa contienda, firmado
entre Bolívar y Morillo. Mantenemos en el recuerdo los horrores de la guerra
federal y el dictum salvaje de Martín
Espinoza, lugarteniente de Ezequiel Zamora: “mueran los blancos y los que sepan
leer y escribir”, a la vez que olvidamos el tratado de Coche, mediante el cual
los grandes contendores del momento, José Antonio Páez y Juan Crisóstomo Falcón,
negociaron el término de esa guerra civil que acabó con la vida de casi 10% de
la población de la época, más de 175 mil personas.
En
ambos casos y en muchos otros a lo largo de la historia, la negociación ha sido
la herramienta para detener la masacre que solo contribuye a fomentar el odio y
las ganas de matarse. Naturalmente, la consecuencia inevitable de esas
negociaciones es la renuncia a algunas exigencias iniciales en aras de un
acuerdo medianamente satisfactorio. Esto nos lo explicaron diversos panelistas
en las motivantes Jornadas de Reflexión Ciudadana “Construyendo Espacios de
Entendimiento”, realizadas en la Academia Nacional de la Historia, como un
esfuerzo conjunto entre las Academias Nacionales, el Diálogo Social y el
Observatorio Global de Comunicación y Democracia”, los días 16 y 17 de mayo
pasados, en el marco del Día Internacional de la Convivencia en Paz.
Entre
los temas tratados, la negociación fue uno de los escogidos para contribuir con
propuestas en favor del proceso de transición democrática. “La negociación y la
discusión son las mayores armas a nuestra disposición para promover la paz y el
desarrollo”, decía Nelson Mandela quien, luego de pasar 27 años en un calabozo
surafricano por sus luchas contra la discriminación racial que arrojaron miles de muertos, no le hizo
ascos a sentarse con el jefe de gobierno De Klerk para lograr un acuerdo de
convivencia que acabara con el odioso régimen del apartheid, contando con el apoyo de la comunidad internacional,
interesada en derogar las leyes raciales.
Ahora
que las brasas arden en nuestro patio, la negociación se ha señalado como una
indignidad, a juicio de ciertos vociferantes radicales de lado y lado. La pobre
disposición de unos pocos al acercamiento, a la negociación, hace incompleta la
unidad opositora, a pesar del objetivo común. Mucho menos favorecen conversaciones entre el
régimen y la oposición, porque el muro de suspicacias es enorme, dadas las
experiencias previas. Noruega se ofrece
a mediar, con su vasta experiencia en el oficio y eso genera rechazo y
desconfianza.
Aceptar
la necesidad de negociar salidas pacíficas al conflicto, con la renuncia
parcial y sincera de las partes a ciertas posturas en aras del bien nacional,
significa tragar grueso para marchar con relativo éxito en cualquier
negociación, que necesariamente deberá incluir la realización de elecciones
presidenciales libres y democráticas. Venezuela tiene un venerable historial de
participación en negociaciones por la paz en diversos escenarios, sobre todo Centro
América, una labor de mediación que hizo posible hace varias décadas la paz en
la región. Todavía viven varios de esos destacados especialistas venezolanos,
que podrían sumar su experiencia al feliz término de negociaciones locales.
Tarde,
o mejor, temprano habremos de negociar una salida a nuestra tragedia, pero para
ello hará falta que mentes prudentes, proclives al entendimiento de lado y lado
de la contienda, se sienten a buscar esos caminos en beneficio de todos los
venezolanos. Porque la alternativa trágica es la guerra, con sus muertos, con
nuestros muertos. No es opción preferir la paz de los sepulcros a la paz
creadora que nos permita crecer como país, donde las nuevas generaciones puedan
vivir en democracia y libertad, construyendo espacios de entendimiento, cual
fue el lema de las jornadas en comento, que permitan dejar atrás odios y
rencores en pro de cimentar la ciudadanía. Ya lo decía John F. Kennedy: “Nunca
negociemos por miedo. Pero nunca tengamos miedo de negociar”.
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