Un día al despertar, todavía en las brumas del sueño, vio que el dinosaurio todavía estaba allí, como en el breve cuento de Monterroso. Y entonces se preguntó qué era un dinosaurio.
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ALCALDÍA DEL MUNICIPIO LOS SALIAS
Dirección de Cultura
Concurso de cuentos "El poder de las letras"
11a. edición
Cuento ganador del 3er. lugar en la categoría Adultos
LA NIÑA QUE QUERÍA SER CIENTÍFICA
Gioconda Cunto de San Blas
Muy
niña, miraba el cielo y se preguntaba por la inexorable secuencia día-noche,
primero azul, luego oscura y bordada de estrellas; se asombraba por las plantas
y flores maravillosas que surgían de la tierra como nacidas de la nada; le
fascinaban los jarabes milagrosos con que mamá curaba sus fiebres infantiles.
Todo era motivo de curiosidad. Bombardeaba a sus padres con preguntas no
siempre respondidas. Sofía, haciendo honor a su nombre, era inquisitiva.
Tanto
pensaba en los misterios de la naturaleza que comenzó a soñar con la ciencia y
los científicos. La primera en visitarla fue Marie Curie enfundada en su bata
de laboratorio, la científica ganadora de dos premios Nobel, en física y
química por sus trabajos sobre radioactividad, a repetirle lo que dijo tantas
veces a sus hijas Irène y Ève en su afán de trasmitirles “un gran amor por la
naturaleza, por la vida, y al mismo tiempo la curiosidad por conocerla”. Le
ofreció un ejemplar del diario que recogía esas reminiscencias. Le insistió en
el papel de la mujer en la ciencia, ella como pionera, y le recordó que su hija
Irène también logró ganar el premio Nobel en química.
La
noche siguiente Sofía soñó con Isaac Newton, ese huraño sabio inglés del siglo
XVII, descubridor de la ley de la gravitación universal, estudioso de los
principios de la mecánica clásica y nuevos caminos en las matemáticas. Su
peluca de largos cabellos hizo reír a Sofía. Pero Galileo Galilei, que venía
detrás, amonestó a la niña por hacer mofa de uno de los grandes de la física.
Precisamente Galileo era uno en los que pensaba Newton cuando dijo que su saber
estaba parado en los hombros de sus predecesores, gigantes que paso a paso
habían ido abriendo senderos para que el conocimiento fuera avanzando.
Galileo
le contó a la niña que sus trabajos en astronomía confirmaron que el sol no
giraba alrededor de la Tierra, como parecía evidente al observar el movimiento
del sol en el cielo a lo largo del día, sino que era al revés: la Tierra gira
alrededor del sol. Sofía quedó sorprendida con este descubrimiento. Y se dijo:
“no todo lo que parece ser, es”. Y se asombró todavía más al saber que Galileo
había sufrido la condena de la iglesia de la época, que reprobaba cualquier
conocimiento que pudiese estar en contradicción con los textos bíblicos, a lo
cual él respondió que a pesar del pensamiento de los padres de la iglesia, la
Tierra se mueve alrededor del sol. Ante esto, Sofía también se dijo: “la
ciencia busca la verdad para derrumbar mitos”.
Un día
al despertar, todavía en las brumas del sueño, vio que el dinosaurio todavía
estaba allí, como en el breve cuento de Monterroso. Y entonces se preguntó qué
era un dinosaurio. Esa noche la visitaron Gregor Mendel y Charles Darwin a
contarle qué eran los genes, su influencia sobre la unidad de la vida, la
evolución de los seres vivos en la tierra, el origen del hombre, la
desaparición de especies como el dinosaurio y el surgimiento de nuevas, la
necesidad de preservarlas protegiendo el ambiente. Darwin, por su parte, con su
larga barba, presentó a Sofía su teoría de la evolución de las especies como un
proceso gradual que unifica la vida en la Tierra. Se sumó Francis Crick, otro
ganador de premio Nobel, quien le explicó a Sofía por qué sus ojos se parecían
a los de su papá y por qué sus hermanos tenían la misma sonrisa de su mamá.
“Todo está en los genes que se transmiten de generación en generación”, afirmó
Crick.
Pasó
varios días sin soñar con científicos. Pero una noche, al dormirse apareció
Rita Levi Montalcini, otra mujer ganadora de premio Nobel en fisiología por sus
trabajos sobre el sistema nervioso y el crecimiento celular. Sofía le preguntó
si una mujer podía ser científica o si ella era una excepción. Muy animosa,
Rita le aseguró que “el futuro del planeta depende de la posibilidad de dar a
todas las mujeres el acceso a la instrucción y al liderazgo. A las mujeres les
es dada, de hecho, la tarea más difícil y ardua, pero a la vez la más
constructiva: inventar y mantener la paz".
Su
respuesta le dio a Sofía el empuje para decidir que sería una mujer científica
cuando creciera. Así se lo dijo a su mamá quien preguntó alarmada ¿qué es eso?,
¿para qué sirve?, ¿esa es una carrera para mujeres?. Sofía entonces le hizo ver
que la carrera científica, donde ya hay muchas mujeres ejerciendo, sirve para
progresar como sociedad, nada menos. “Mamá, el teléfono inteligente que usas,
los medicamentos y análisis que te son prescritos, los vehículos con que te
desplazas, son todos productos del quehacer científico-tecnológico. Y allí las
mujeres podemos hacer y hacemos grandes aportes en el mundo actual”. El mundo
del conocimiento sería el de Sofía, sin titubeos. Allí haría realidad sus
sueños, acompañada de tantas figuras notables.
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