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sábado, 21 de julio de 2018

Discurso de Orden en el acto de imposición de medallas a los graduandos de la primera promoción 2018 de la Facultad de Ciencias UCV “Sexagésimo Aniversario de la Facultad de Ciencias”

No solo serán ustedes excelentes profesionales en sus respectivos campos de especialización sino también portavoces de valores democráticos, lejos de estereotipos fabricados para dominar a las masas con ideologías violatorias de sanos principios republicanos, que hicieron decir a ese mexicano de excepción Octavio Paz, también laureado Nobel en Literatura, que “la ceguera biológica impide ver, pero la ceguera ideológica impide pensar”.

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UNIVERSIDAD CENTRAL DE VENEZUELA
Facultad de Ciencias

Discurso de Orden en el acto de imposición de medallas a los graduandos de la primera promoción 2018 de la Facultad de Ciencias UCV
“Sexagésimo Aniversario de la Facultad de Ciencias”

Aula Magna de la UCV, miércoles 18 de julio de 2018, 3:00 pm

Dra. Gioconda Cunto de San Blas


Queridos jóvenes graduandos de la primera promoción 2018 de la Facultad de Ciencias UCV “Sexagésimo Aniversario de la Facultad de Ciencias”:

Es para mí un día muy especial por el honor que me hacen las autoridades decanales en escogerme para compartir con ustedes la alegría de esta fecha que marca en sus vidas un punto de inflexión. Hace 51 años, en 1967, estaba yo de ese lado, esperando recibir de las autoridades rectorales de entonces el título que me acreditase como Licenciada en Química y me abriese el horizonte hacia nuevos caminos. Fue una época en que me dio por leer a Herman Hesse, ese Premio Nobel de Literatura que en su “Demián” nos invitaba a los jóvenes de entonces a “romper un mundo para poder nacer”, es decir, a abrirnos a la vida y sus desafíos.

Fue también el año en que se publicaría la novela que marcó un rumbo nuevo en la literatura latinoamericana, el del realismo mágico, el de Macondo: “Cien años de soledad” escrita por Gabriel García Márquez, el Gabo, quien también merecería años más tarde el Premio Nobel en Literatura. Apenas comenzada la lectura, en la primera página de esa gran novela nos encontramos con Melquíades, gitano que visita Macondo cada año trayendo los inventos construidos allende los mares, la octava maravilla de los sabios alquimistas de Macedonia, el laboratorio de tales eruditos, dos imanes y una lupa gigantesca. “La ciencia ha eliminado las distancias”, pregonaba Melquíades, “dentro de poco, el hombre podrá ver lo que ocurre en cualquier lugar de la tierra, sin moverse de su casa”.

Mis compañeros y yo, de hecho todo el mundo entonces y por supuesto, los habitantes de Macondo salvo el José Arcadio Buendía de desaforada imaginación, enfrentábamos esas aseveraciones como producto del arrebato desbordado del Gabo, sin pensar que en pocas décadas efectivamente podríamos ver lo que ocurre en cualquier lugar de la tierra sin movernos de nuestras casas, que podríamos comunicarnos instantáneamente con cualquier persona en el mundo usando un teléfono inteligente no mayor que nuestra mano, que la ingeniería genética podría hacer magias in utero o in planta, que el mundo de lo invisible se haría visible a nivel molecular, que los protones y neutrones de nuestra época se desdoblarían en quarks, bosones, leptones, fermiones, hadrones, bariones, que se probaría la existencia de ondas gravitacionales con Interferometría Láser (LIGO), que los números primos, esas aparentemente inútiles criaturas, serían la base para las claves bancarias de acceso a nuestras cuentas en esta era digital. A nosotros, los viajantes del pasado, nos siguen maravillando los continuos avances científicos y tecnológicos que para ustedes, ciudadanos del futuro, son solo el preludio de muchos más portentos por venir.

Efectivamente, son ustedes los ciudadanos del futuro, 102 nuevos científicos y tecnólogos que han llegado hasta aquí no por milagro sino a punta de esfuerzo y tesón, el de ustedes, sus familias, sus profesores. En ustedes está abrir nuevas puertas en este siglo del conocimiento que les ha tocado vivir. No obstante, la pregunta para los venezolanos de hoy es ¿dónde vivirlo? Hace medio siglo, los jóvenes de entonces, los egresados de esta querida Facultad de Ciencias de la UCV, puestos en la circunstancia del momento, tuvimos la certeza de que habría una empresa que esperaba por nosotros para poner nuestras nuevas destrezas al servicio de la nación o iríamos al exterior a robustecer nuestra formación inicial con estudios de postgrado al lado de grandes maestros, con la mente puesta en la investigación. Quienes elegimos esta opción quisimos regresar a este país, nuestro país, para retribuir en conocimientos lo mucho que Venezuela nos había dado; queríamos dejar a nuestros hijos un país mejor, más culto, más desarrollado que aquel que nos vio nacer.

Era una época de euforia creativa, de fundación de instituciones en una Venezuela que poco antes se había liberado de lo que creímos, sería la última dictadura. Todo iniciado ese año de 1958, que da lugar al nombre escogido por ustedes para su promoción de hoy, una selección que los enaltece. Así se crearon diversas facultades de ciencias en las universidades autónomas, se fundó el IVIC, los Consejos de Desarrollo Científico y Humanístico, el CONICIT, el IDEA, el CIEPE y tantas otras instituciones académicas que profesionalizaron el quehacer científico, sistematizando lo que antes era solo una afición de mentes curiosas, sin otro objetivo que el placer personal por el descubrimiento.

Me gustaría decirles que ese mundo supimos preservarlo para ustedes. Sería engañarlos y ustedes lo saben. En las últimas dos décadas, casi todo lo construido en los ocho lustros anteriores ha sido demolido paso a paso, sin que haya en el horizonte un atisbo de progreso. Contra esa realidad, ustedes representan 102 razones para seguir creyendo en este país y en sus instituciones universitarias.

Muchos habrán hecho gestiones para irse, otros lo estarán pensando y habrá quien quiera quedarse. Cada uno sabrá qué camino escoger. Siendo ahora ciudadanos del mundo, donde quiera que vayan siempre tendrán sus raíces en esta tierra generosa que un día los vio nacer y esperamos que aquí y allá puedan aportar al crecimiento de esta nación cuando la marea baje.

En esta hora difícil, llena de rabias y decepciones, en la que también debemos contar nuestros muertos, muchos de ellos jóvenes estudiantes como ustedes a quienes recordamos con tristeza, suscribo las palabras de Edgardo Mondolfi en el reciente acto solemne en la Asamblea Nacional con motivo de un nuevo aniversario del 5 de julio: “me resisto a creer que nos veamos desprovistos de futuro. Aún más: me niego a creer que nuestro futuro siga siendo administrado por la desesperanza o que continúe sirviéndole de domicilio a la barbarie”.

El futuro les pertenece y por lo tanto, está en sus manos trabajar por labrarlo. Los conocimientos que ustedes han recogido en estos años de formación son un patrimonio acumulado a lo largo de los siglos. Pero ustedes también son parte de algo nuevo, de un mundo cambiante en el cual el espíritu de la juventud, el optimismo y el idealismo impulsarán al mundo hacia adelante. Los sabios renacentistas podían jactarse de poseer individualmente el conocimiento universal. ¡Era tan poco lo que se sabía! Hoy, en cambio, el conocimiento es tan vasto que no es posible para una sola mente cubrirlo. El saber ha pasado a ser patrimonio de una inmensa red global en la que cada nodo cubre apenas un dato o una experiencia. El conocimiento ha dejado de ser particular; ahora es un constructo social. “Así es como los mortales nos hacemos inmortales”, decía Albert Einstein. Cada uno de nosotros es depositario de un conocimiento precioso que por sí solo pudiera parecernos de poco valor pero sin el cual la red global no se sostiene.

A todas estas, ustedes no pueden ni deben considerarse solo científicos. Son también ciudadanos, con toda la carga que esa palabra conlleva. Ustedes y nosotros somos parte de ese civilismo generado en 1811; no hemos nacido en un campamento armado. Es por esa condición civil que no somos vasallos a las órdenes de algún tropero sino ciudadanos capaces de pensar, de discurrir a la hora de allanar los desacuerdos principistas o la disparidad de visiones. Y somos o debemos ser aptos para tolerar y aceptar las diferencias. Hijos de aquella Universidad de Caracas, hoy Universidad Central de Venezuela, debemos ser fieles a la causa republicana. Y es nuestra obligación mantener en nuestra Alma Mater y donde quiera que vayamos, esa tradición de casi trescientos años a ser cumplidos muy pronto, el 22 de diciembre de 2021, de mantener una postura permanente de vigilancia republicana.

Actuar con la mente abierta, sin fundamentalismos limitantes, sin corsés mentales, con tolerancia y respeto ciudadano es obligación de todos los hijos de esta Casa. Si además de fórmulas matemáticas o reacciones químicas han aprendido ustedes a aceptar las diferencias y argumentar sin altanerías, a respetar al diferente, a pensar, podremos sentirnos satisfechos de la formación integral que puedan haber recibido en estos espacios universitarios.

El solo hecho del nombre escogido por ustedes para su promoción, “Sexagésimo Aniversario de la Facultad de Ciencias”, para festejar el nacimiento de una institución que nació con la democracia, me indica que llevan ustedes en sus corazones los valores republicanos tan preciados, sobre todo en época de precariedad libertaria como la actual. Por eso, no me queda duda de que no solo serán ustedes excelentes profesionales en sus respectivos campos de especialización sino también portavoces de valores democráticos, lejos de estereotipos fabricados para dominar a las masas con ideologías violatorias de sanos principios republicanos, que hicieron decir a ese mexicano de excepción Octavio Paz, también laureado Nobel en Literatura, que “la ceguera biológica impide ver, pero la ceguera ideológica impide pensar”.

Felicitaciones, muchachos. Felicitaciones, Licenciados.

Muchas gracias

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