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viernes, 5 de mayo de 2023

Presentación del libro de Eddie Ramírez: “Responsabilidad social de la industria petrolera venezolana"

 Son muchos los datos allí recogidos que dan cuenta de los avatares de una industria que en 2001 produjo casi 3 millones y medio de barriles diarios de petróleo y que en 2022 los redujo a apenas 716 mil, esto según datos de la OPEP, porque desde hace años, el gobierno venezolano no presenta datos o cifras oficiales que permitan evaluar la gestión de la industria petrolera ni de ninguna otra.

https://economia.ucab.edu.ve/primer-cafe-virtual-del-fondo-excelecon-reconstruccion-de-la-industria-petrolera-en-venezuela/

ACTO DE PRESENTACIÓN DEL LIBRO:

 “RESPONSABILIDAD SOCIAL DE LA INDUSTRIA PETROLERA VENEZOLANA: APUNTES Y TESTIMONIOS”

DE EDDIE RAMÍREZ

Presentado por Gioconda Cunto de San Blas

 Universidad Metropolitana, Caracas, 05/05/2023

Buenos días, estimados amigos.

Comienzo por saludar a Gente del Petróleo y al Centro de Orientación de Energía (Coener), nuestros anfitriones de hoy. Y felicitar a los académicos Diego González y Nelson Hernández, que hoy reciben el premio Carlos Lee, creado por Coener para honrar a profesionales relacionados con la actividad energética del país.

Agradezco la distinción que me hacen Eddie Ramírez y Beatriz García, de Gente del Petróleo, al encargarme la presentación del nuevo libro de Eddie: “Responsabilidad social de la industria petrolera venezolana. Apuntes y testimonios”. Siento que con este compromiso saldo una vieja deuda contraída en los lejanos años de mi vida estudiantil en la UCV, cuando la Creole Petroleum Corporation (luego Lagoven) tuvo a bien respaldarme como becaria.

En 1956, Rómulo Betancourt (ese político controversial, luego presidente de Venezuela) desde el exilio dio a conocer su monumental obra “Venezuela, política y petróleo”, referencia obligada de unas novecientas páginas sobre el quehacer venezolano, desde los inicios y desarrollo de la industria petrolera venezolana a finales del siglo XIX hasta mediados del siglo XX, cuando el libro fue entregado a la imprenta para su publicación y difusión; a una imprenta extranjera, valga la aclaratoria,  porque la dictadura de entonces que creímos candorosamente que sería la última a sufrir en Venezuela, se ocupó de impedir su circulación libre, con lo cual sólo exacerbó el interés por buscarlo y leerlo, como siempre ocurre con lo prohibido.

Un libro, ese de Betancourt, en el que como testigo y protagonista de excepción, narró las penurias de hacer política en tiempos de dictadura, apuntó los avatares del poder y también como rasgo memorable, hizo público mea culpa por los errores cometidos en ese tortuoso camino en busca de la ansiada libertad, ejercicio confesional de entereza poco común en los tiempos que corren. 

Ante los amigos que en afán de protegerlo le recomendaron un lenguaje comedido en sus textos, la respuesta de Betancourt en el prólogo fue la siguiente: “Escribo como pienso y como siento. Llevo a Venezuela en la sangre y en los huesos. Me duelen sus dolores colectivos y cuando se trata de hablar de ellos, sería un farsante si jugara a la comedia de la imparcialidad”. Creo que algo parecido sentimos hoy quienes escribimos en esta época oscura para dejar testimonio de lo vivido, con tanta miseria, con tanto venezolano en el exilio y tantos otros que vivimos lo que se ha dado en llamar “insilio”, ese sentimiento de quienes permanecemos en nuestra tierra natal, desconociendo este paisaje que hoy habitamos como impropio de nuestro gentilicio, expatriados de nuestra historia.

A lo largo de muchos años, Eddie Ramírez y otros petroleros han sido fuente inagotable de documentación que servirá, sin duda, a historiadores de futuras generaciones para evaluar los convulsos acontecimientos de hoy con la ponderación y equilibrio de quien los estudia ya pasados los años, enfriadas las pasiones y muertos los protagonistas y testigos. Este libro que hoy celebramos forma parte de esa herencia documental, un libro que recoge, como su título advierte, testimonios de una actividad petrolera que sobre todo en la época democrática, tuvo impacto en la sociedad a todos los niveles a través de programas de responsabilidad social para el ciudadano.

Es mucho el camino recorrido en ese respecto desde que el 14 de diciembre de 1936 reventara la huelga declarada por el sindicato petrolero, el primero que se formara en Venezuela tras la muerte del Benemérito, como llamaban al dictador Juan Vicente Gómez. Eran apenas 13 peticiones modestas las que pedían los trabajadores: descanso dominical, igualdad de pago a personal venezolano y extranjero, salario mínimo de Bs. 10 ($3,30 de la época) y unas pocas más relativas a alojamiento e higiene. Nada, absolutamente nada fue concedido. El gobierno, presidido por Eleazar López Contreras, quien había sido ministro de guerra y marina de Gómez, decretó el regreso compulsivo al trabajo el 22 de enero de 1937, ahogando de esa forma un movimiento que había alcanzado caracteres de cruzada nacional, logrando el apoyo de muchos sectores de la vida nacional: la iglesia, los universitarios, gente de la clase media y otros.

Algunos de ustedes se preguntarán por qué traigo a colación historias entresacadas de las memorias de Rómulo Betancourt cuando estoy aquí para hablar del libro de Eddie. Les respondo: porque la historia es continua; porque a pesar de los contrastes evidentes, hay un hilo conductor entre la huelga de los obreros en el siglo XX y la huelga de principios del siglo XXI nacida de los directivos de la empresa, que significó el quiebre de una industria para entonces pujante, negocio medular de un país que buscaba el desarrollo; porque tanto en 1936 como en 2002, la fuerza bruta fue la marca que determinó sus desenlaces; porque hay necesidad de contar y enlazar aquella historia que conocemos a través de los testimonios de la época y los acontecimientos de este pasado reciente, convertido en presente por los testimonios de quienes los vivieron.

En su libro, Eddie Ramírez, quien fuera presidente de Palmaven hasta 2003 y luego miembro fundador y coordinador de Gente del Petróleo, nos cuenta los avatares de los primeros años de la industria, cuando las compañías extranjeras entraron a saco en el territorio nacional, eludieron pagos de impuestos, sin mejorar las condiciones socio-económicas de sus trabajadores ni procurar el cuidado del ambiente. Cierto que tampoco existía en la época ese concepto de responsabilidad social empresarial que hoy obliga a incorporar a la visión de negocios, las nociones de respeto, valores éticos, cuidado del medio ambiente, sustentabilidad, como beneficio directo a ciudadanos y comunidades a través de programas educativos, de salud y bienestar general, como los señalados por Eddie en su libro.

Una segunda etapa surgió hacia finales de la década de los años 40 del siglo XX, cuando gradualmente las petroleras se fueron ajustando a las leyes, contribuyeron a mejorar la infraestructura del país, incrementaron las condiciones educativas y socioeconómicas de sus trabajadores, construyeron campos residenciales con instalaciones deportivas y recreacionales y establecieron comisariatos para suministrar alimentos de buena calidad y a precios subsidiados. Por cierto, tales instalaciones exclusivas para el uso y disfrute del personal de las empresas sembraron un ánimo de contrariedad en la población no petrolera circundante que vivía en condiciones precarias, sin verse favorecida por la presencia de las empresas en su vecindario, sentimiento que se me ocurre y que resalta Eddie en su libro, pudo haber servido de germen para el rencor que años más tarde vimos expresado explosivamente contra la empresa.

No podía faltar en el libro de Eddie la narrativa detallada sobre el proceso de nacionalización de las industrias petroleras, primero como Lagoven, Maraven y Corpoven, hasta llegar a PdVSA Petróleo y Gas, una empresa pujante que llegó a producir 3.340.000 barriles por día en 2001, en medio de una política de modificación del patrón de refinación para elaborar productos de mayor valor agregado.

El autor se detiene en las múltiples estructuras creadas por PdVSA para el servicio a la comunidad, a través de educación, salud, ambiente y economía local como áreas prioritarias de inversión social, todo bajo un marco organizativo ordenado y programado. En su libro vemos recogidas las experiencias de Fusagri para ayuda al agricultor y Palmaven, de interacción con las comunidades a través de programas sociales, de producción agrícola y ambientales, entre muchas otras.

Dos circunstancias anotadas por Eddie Ramírez rozan vivencias personales mías. La primera se refiere a la creación del Intevep a partir de científicos del entonces Centro de Química y Petróleo del Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas (IVIC), institución donde he desarrollado toda mi carrera científica. A través de programas conjuntos entre ambas instituciones se desarrollaron, entre muchas otras, investigaciones sobre biorremediación y sobre uso de microorganismos productores de surfactantes para su inyección en pozos, contando con la asesoría de investigadores del IVIC, entre ellos, mi finado esposo Felipe San Blas.

El otro caso mencionado por Eddie y que también concierne al IVIC y PdVSA provino de un trabajador petrolero que había sufrido una intensa hemorragia al ser tocado por orugas del género Lonomia. Por estudios de la Dra. Carmen Luisa Arocha de Piñango, investigadora titular del IVIC y experta hematóloga, se determinó que la hemorragia podía ser detenida con fibrinógeno humano. La posibilidad de que el agente hemolítico pudiese ser usado como medicamento antitrómbico fue considerada como proyecto a seguir. Pero ahora la Dra. Piñango, de edad muy avanzada, reside en el exterior, al cobijo de su hijo.

Un aspecto desarrollado en detalle por Eddie Ramírez en su libro es el referente a los enfoques contradictorios de responsabilidad social de la PdVSA de la democracia vs la PdVSA de la revolución. En esta, el aumento exponencial de los aportes a programas de responsabilidad social se hizo a partir de distribuir recursos sin criterios de planificación, al mejor estilo de una piñata a repartir. No en balde, Eddie Ramírez insiste en que esta distorsión de su misión fundamental, el negocio de los hidrocarburos, ha tenido consecuencias pésimas para la empresa, con el agravante de que los programas sociales no han dado los frutos esperados, porque su manejo se centró en el derroche, no en la inversión social ordenada.

Nos recuerda Eddie que la huelga de 2002-2003 concluyó en el despido de 23 mil personas, la mayoría de altísima calificación profesional, huelga que dio al mandante la excusa para hacerse con la joya de la corona de la economía nacional. Al mismo tiempo, ubicó en cargos supervisores, gerenciales y directivos a personas no calificadas y empleó a trabajadores sin adecuada preparación ni selección. No podía ser de otro modo porque la experiencia y las credenciales no se improvisan. A los trabajadores despedidos no les cancelaron las prestaciones legales y les confiscaron ilegalmente los haberes en los Fondos de Jubilación, Ahorros y Vivienda.

Como dramático epílogo al desbarajuste reseñado por Eddie, vienen a cuento en estos días las revelaciones de mil millonarios desfalcos ejecutados en contra de PdVSA y del pueblo venezolano por vía de sus autoridades y testaferros, todos miembros de la élite “revolucionaria”, algunos hoy presos, otros huidos, muchos enmascarados tratando de pasar inadvertidos. Y otros, por el contrario, pontificando a todos los vientos y sin que nadie les crea, sobre pulcritud administrativa mientras pasean por Europa sus inmensas fortunas mal habidas, sin que el menor asomo de rubor tiña sus mejillas. Creo que esos espectáculos grotescos de purga, más propios de mafias que de instituciones, retratan vívidamente la PdVSA de la revolución, muy distinta de la PdVSA de la democracia.

“Escribe, que algo queda”, decía Kotepa Delgado, ese valeroso sobreviviente de dictaduras, por cierto, uno de los motores clandestinos en la organización de la huelga petrolera de 1936-37. Sí, hay que escribir, hay que documentar como lo hace Eddie, porque es la única forma de dejar rastro del horror vivido. Documentación debidamente sustentada, útil también para emprender la búsqueda de justicia, como lo demuestran las acciones recientes ante la Corte Internacional de Justicia contra el Estado venezolano.

 Ese papel de “escribidor” (Vargas Llosa dixit) lo cumple a cabalidad Eddie Ramírez en su libro “Responsabilidad social de la industria petrolera venezolana: Apuntes y testimonios” que hoy presentamos a consideración de los lectores. Son muchos los datos allí recogidos que dan cuenta de los avatares de una industria que en 2001 produjo casi 3 millones y medio de barriles diarios de petróleo y que en 2022 los redujo a apenas 716 mil, esto según datos de la OPEP, porque desde hace años, el gobierno venezolano no presenta datos o cifras oficiales que permitan evaluar la gestión de la industria petrolera ni de ninguna otra. Quizás ni hagan falta las cifras para calibrar 24 años de desatinos; bastará con mirar alrededor y seguir la vieja conseja bíblica: “Por sus frutos los conoceréis”.

Cierro estas palabras invitando a leer el libro de Eddie Ramírez, una fuente documental de primera mano que servirá de testimonio para las generaciones futuras que mirarán a su pasado, nuestro presente, en busca de explicaciones al destino de una nación que en camino al progreso, torció su rumbo para perderse en el atraso… y que aun así, contra todo desaliento, no ha dejado de luchar por mantener vivos los valores libertarios, democráticos, pulcros, que definen a una nación decente.

Muchas gracias.

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