Si, de acuerdo con Sen, la solución implica el retorno a la democracia, ya saben entonces nuestros líderes el camino a seguir: unirse en la bandera de las reivindicaciones sociales exigidas por un pueblo afligido, y olvidarse de apetencias personales que tanto daño han hecho.
Opinión / jueves 20 de enero de 2022
“El
hambre es un señor gordo y malo que se mete en mi panza y me pide comida.
Pero
como yo no le doy porque no tengo, se va haciendo más grande.
Tan grande que siento que la
barriga me va a estallar”.
El
hambre, miseria en el estado más puro, es uno de los cuatro jinetes del
Apocalipsis en la tradición judeocristiana. A pesar de tantos avances, un sexto
de la población mundial sigue muriendo de hambre, literalmente. «El hambre es
el primero de los conocimientos», decía el poeta Miguel Hernández. Cuando
venimos al mundo, llorar para pedir comida es lo primero que aprendemos.
Hace
unos años, la ONG Acción
contra el Hambre llamó a un concurso centroamericano de cuentos cortos para
sensibilizar a la sociedad en torno a ese acuciante asunto, usando como
vehículo el medio más antiguo de trasmitir cultura, valores, lenguaje: contar
cuentos. Se recibieron más de 300 relatos, de los que se escogieron 25, a los
que se sumaron contribuciones de escritores centroamericanos consumados, como
Sergio Ramírez, Gioconda Belli y Claribel Alegría. El resultado fue el libro «Cuentos
del hambre» (Alfaguara, Guatemala, 2012), de donde he tomado el epígrafe y
líneas del primer párrafo de mi nota de hoy.
El tema viene a cuento porque bajo la coordinación
de la colega Marisol Tapia (UCV, Facultad de Ciencias; Academia de Ciencias
Físicas, Matemáticas y Naturales), el 4 de enero pasado fue publicado un compendio
de 11 artículos en la prestigiosa revista digital Frontiers in Sustainable Food Systems
(Fronteras en Sistemas Alimentarios Sostenibles), dedicado a los desafíos
venezolanos en seguridad alimentaria. Una treintena de autores recogieron sus
experiencias en diversos aspectos del tema alimentario en Venezuela, desde
políticas públicas y manejo del agua en la producción agrícola hasta
malnutrición y ética en el acceso a los alimentos.
Los
resultados refuerzan lo ya manifestado por diversas organizaciones nacionales e
internacionales especialistas en estos temas, sobre la dolorosa situación de inseguridad
alimentaria que vive la mayoría de los venezolanos, en un territorio que hasta
fines del siglo pasado fue considerado uno de los más prósperos y estables de
la región.
En
1948, la Declaración de los Derechos Humanos aprobada por la ONU reconoció el
derecho a la alimentación como un derecho humano básico, principio que fue
acogido en la actual Constitución de Venezuela (art. 305). Pero ya lo sabemos:
del dicho al hecho hay mucho trecho. Desde la entrada en vigencia de la Carta
Magna en 1999, es poco lo que se ha hecho. Por el contrario, desde la segunda
década de este siglo, ha habido un aumento dramático de empobrecimiento general
de la población que en lo relativo a alimentación ha desembocado en resultados
catastróficos, merecedores de la gravísima calificación de «Emergencia Humanitaria
Compleja».
Dado
el severo cerco del régimen al acceso de estadísticas, hay que recurrir a otras
fuentes para dimensionar el problema. Así las cosas, el Programa Mundial
de Alimentación estimó en 2019 que el 7,9% de la población (2,3 millones)
sufría de inseguridad alimentaria severa y que 24,4 % (7 millones), la sufría
en forma moderada. Es decir, 1 de cada 3 venezolanos requería asistencia por
razones de insuficiente alimentación y pobreza dietética.
Datos
como estos son corroborados en la encuesta ENCOVI
2020 de la Universidad Católica Andrés Bello y ahora avalados por la FAO, Organización de las Naciones Unidas
para la Alimentación y la Agricultura, en un giro de tuerca a su complacencia previa,
cuando felicitó
al gobierno de turno por presuntos logros en materia de alimentación, acción
que condujo a severos reclamos de especialistas
en el tema. El reciente informe
de la FAO, en cambio, revela que los países con mayor prevalencia de
subalimentación en América Latina son Haití (46,8 %), Venezuela (27,4 %),
Nicaragua (19,3 %), Guatemala (16,8 %) y Honduras (13,5 %).
¿Cómo
salir del atolladero? Amartya Sen, Premio Nobel en Economía 1998, tiene la
firme convicción de que ninguna hambruna ha tenido lugar en países donde funcione
una democracia, perfecta o no. Debe haber recordado las grandes hambrunas en la
China de Mao, la Cambodia de Pol Pot, o la Unión Soviética de Lenin, con sus
millones de muertos, para afirmar eso.
Si,
de acuerdo con Sen, la solución implica el retorno a la democracia, ya saben
entonces nuestros líderes el camino a seguir: unirse en la bandera de las
reivindicaciones sociales exigidas por un pueblo afligido, y olvidarse de
apetencias personales que tanto daño han hecho. El próximo 23 de enero, día de
gran simbolismo para los venezolanos, podría ser ese momento reflexivo que sume
a la idea colegiada de luchar por un mejor país para los habitantes de esta
tierra devastada.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario