No es mi intención discurrir sobre los aspectos legales de esta movida, de los cuales poco sé. Mejor remitirse a los jurisconsultos en esa búsqueda. Más bien escribir sobre lo que la USB y la Universidad (así, con mayúsculas, la de Planchart) representan para la sociedad venezolana, escribir sobre la Universidad como un sentimiento, como esa casa amorosa en donde aprendimos sobre libertad y democracia, valores fundamentales de una sociedad que aspira al progreso.
Opinión / jueves 22 de septiembre de 2021
In memoriam, Enrique Planchart (1937-2021)
Punto único a tratar: Universidad Nacional Experimental Simón Bolívar.
Con esa escueta línea, el Ministro para la Educación
Universitaria, por voz de la Secretaría Permanente del Consejo Nacional de
Universidades (CNU), convocaba a una sesión extraordinaria virtual, a llevarse a
cabo el jueves 16/09/2021. En pocas palabras, el CNU desconocía el estatus de
Universidad Autónoma, otorgado a la Universidad Simón Bolívar (USB) en decreto
presidencial 755 del 18/07/1995. Una omisión nada inocente que apuntaba al
blanco: ante el fallecimiento del Rector Enrique Planchart, nombramiento de
nuevas autoridades de la USB por acto unilateral del CNU, a cuenta de universidad
experimental, y no por vía electoral en el Claustro Universitario, como lo
exige la ley para la universidad autónoma.
No es mi intención discurrir sobre los aspectos
legales de esta movida, de los cuales poco sé. Mejor remitirse a los jurisconsultos
en esa búsqueda. Más bien escribir sobre lo que la USB y la Universidad (así, con mayúsculas, la de Planchart) representan
para la sociedad venezolana, escribir sobre la Universidad como un sentimiento,
como esa casa amorosa en donde aprendimos sobre libertad y democracia, valores
fundamentales de una sociedad que aspira al progreso.
Se atribuye al Libertador, en oportunidad de aprobar
los Estatutos Universitarios de 1827 con el apoyo del Claustro de la
Universidad de Caracas, el haber dicho que “el más preciado instrumento para la
conservación y defensa de la libertad es una universidad capaz de formar
hombres libres para dirigir la vida colectiva en búsqueda del beneficio
común", bajo el precepto autonómico universitario.
Desde ese año, cuando la colonial Universidad de
Caracas fue convertida en la republicana Universidad Central de Venezuela, la autonomía
universitaria en nuestro país ha sido manjar apetitoso no solo en las fauces de
gobiernos dictatoriales o autoritarios sino también en gobiernos electos
democráticamente que se han visto impulsados a morderla. De manera que no es de
extrañar ahora el acoso implacable del régimen en los últimos 20 años para
quebrar su espíritu autonómico y obstaculizar la libre difusión y discusión de
las ideas.
Tal vez porque resiente la distancia intelectual que
lo separa de ellas, el régimen las ha condenado a presupuestos congelados en el
tiempo, al margen de la brutal inflación que nos aplasta; sueldos ruinosos para
los profesores universitarios; laboratorios carentes de recursos para
investigación; bibliotecas desactualizadas; servicios al mínimo. Todos ellos como
parte del acoso administrativo, que no ha hecho sino agravarse en estos tiempos
pandémicos.
El ataque a las universidades y sus autonomías llega
ahora a su zenit con el disfraz de argumentos paralegales a efectos de hacerse
con el control institucional, al aniquilar de facto el Claustro Universitario y
nombrar autoridades a través del CNU, en abierto desafío a las normas.
Es una política sistemática de violencia destinada a
sojuzgar la Universidad, ejemplo más reciente la USB, estimulada tristemente
por personajes egresados de esas mismas aulas, algunos de ellos incorporados a
su cuerpo profesoral o ya en posición cuestionable de directivos impuestos por
el CNU, como es el caso de los tres profesores nombrados el pasado 16/09/2021 en los cargos rectoral
y vice rectorales de la USB. Juramentos tomados minutos más tarde a los
designados que ¡casualidades de la vida! se encontraban por allí, en la sede
del CNU, en conocimiento anticipado del resultado, listos para la pantomima de
juramentación presencial en ceremonia express,
tipo in articulo mortis.
Como golosina para ingenuos, si los hubiere, el día
siguiente a estos nombramientos trajo para el trío una promesa del ministerio
de ciencia y tecnología de crear un «Polo Científico-Tecnológico como instancia de articulación con el sector universitario
para la creación y la invención en las líneas de investigación con las que el
ministerio trabaja». Promesa que probablemente acabará como las anteriores, en
migajas para comprar voluntades de ocasión.
¿Qué hacer frente a la imposición del régimen? Callar
no es una respuesta. Como universitarios tenemos la obligación de construir una
expresión que agite la dignidad académica en estos convulsionados tiempos, e
invoque esa «nueva humanidad […], de conciencia y verdad», plasmada en el himno
de la USB. No vaya a ser que quedemos ante la historia como los universitarios
italianos que en masse, más por
cobardía que por convencimiento, juraron lealtad y devoción a la Italia
fascista y a Mussolini ante la presión del ministro Giovanni Gentile. Solo 12 dignos profesores en toda Italia se negaron. Que ellos sean nuestro
ejemplo a seguir.
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