Es un ataque más a la libertad de expresión, de pensamiento y de opinión, una política de estado aplicada desde hace 22 años en intento vano de convertirnos en súbditos dóciles del régimen con pretensiones totalitarias que oprime al país.
Opinión / jueves 20 de mayo de 2021
En aquella Caracas provinciana que despertaba del letargo de la dictadura gomecista surge el 3 de agosto de 1943 un diario llamado a hacer historia en el periodismo venezolano. El Nacional, fundado por Miguel Otero Silva y dirigido por Antonio Arráiz, comienza su andar amparado en la euforia libertaria del momento.
Así las cosas y en medio de la Segunda Guerra Mundial,
la primera página de la edición primigenia de El Nacional privilegiaba noticias
concernientes al avance de las tropas aliadas por el sur de Italia y el
acantonamiento de tropas nazis en el norte. Ramalazos de la guerra nos tocaron
cerca: en esa página se daba cuenta del hundimiento de un submarino nazi en
aguas curazoleñas, como respuesta a su ataque a tanqueros holandeses cargados
con petróleo venezolano.
Allí leemos también esta nota: “Grandiosa
concentración popular en el Hipódromo se realizará el día de la llegada del
Presidente”. Se refería al Presidente Isaías Medina Angarita, quien regresaba al
país luego de una exitosa gira por Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia y Panamá, primera
vez que un presidente venezolano en ejercicio era recibido en otro país en
visita oficial.
Con pros y contras, pasaron los años en El Nacional,
contados siempre con la misma mancheta, aquella de los versos del poeta
Machado: “caminante, no hay camino; se hace camino al andar”. Su edición
aniversario era esperada con expectación. Recuerdo con especial orgullo la edición 2017 en homenaje a la Academia de Ciencias Físicas,
Matemáticas y Naturales (Acfiman), en el año jubilar centenario de su fundación:
“Miradas hacia el futuro. 100 años de ciencia en Venezuela”, bajo la curaduría
de Nelson Rivera y Marielba Núñez y la asesoría de la Acfiman.
En su editorial “La ciencia y las dificultades”,
Miguel Henrique Otero señalaba el apogeo del universo científico que ha
obligado a los más importantes diarios del planeta a incorporar secciones
dedicadas al futuro y a la ciencia, a entrevistar investigadores, algo que por
cierto marca este tiempo pandémico, cuando los científicos están dando las
respuestas necesarias a tiempos extraordinarios. “… El crecimiento de la
ciencia la ha vuelto indisociable de las políticas públicas, del futuro
posible, del progreso necesario”, anticipaba Otero.
En mi editorial como presidenta de la Acfiman en ese
momento, yo insistía en el tema: “Hoy en día la riqueza de un país moderno se
mide en términos de su capacidad para producir conocimiento… y la aplique en su
desarrollo social y económico […], un concepto que todavía no logra asentarse en
Venezuela a la hora de proponer soluciones a la crisis actual”.
En sucesivas páginas, la edición aniversario 2017 de
El Nacional se pasea por esas diez décadas de crecimiento de la ciencia,
reseñando perfiles de personajes icónicos de la ciencia vernácula, recordando
proyectos pioneros en distintas ramas del saber, resumiendo trayectorias de las
instituciones científicas y tecnológicas creadas sobre todo en los 40 años de
república civil (1958 a 1998), un período de relativo equilibrio que nos hizo
creer que ya la democracia, las libertades y los derechos humanos eran
inseparables de nuestra realidad como país, cuando por el contrario, ellos eran
conceptos delicados cuya frágil existencia debía ser cuidada cada día con el
mismo celo del primero, para hacer posible el progreso en un escenario de
libertad.
Todo esto me viene a la memoria al conocer la más
reciente tropelía del régimen contra el diario El Nacional: el despojo de su
edificio sede, la ocupación militar de ese espacio civil simbólico (Nelson Rivera
dixit). El arrebato desborda a El
Nacional, toca a todos los medios de comunicación y al lector, a ese ciudadano
que busca en ellos noticias y textos interpretativos del mundo en que vivimos.
Es un ataque más a la libertad de expresión, de
pensamiento y de opinión, una política de estado aplicada desde hace 22 años en
intento vano de convertirnos en súbditos dóciles del régimen con pretensiones
totalitarias que oprime al país. Muchos diarios adversos al régimen han tenido
que cerrar o limitarse al espacio virtual (tal el caso de TalCual),
al negárseles la posibilidad de adquirir papel para sus rotativas, someterlos a
pagos de multas escandalosas por motivos baladíes y montar embestidas judiciales
contra sus directivos, todo lo cual se revierte en asalto a nuestras libertades
personales, ellos y nosotros víctimas del desafuero dictatorial.
Las crónicas de esta oscura época deberán servir de
registro insoslayable y de faro guía a las generaciones futuras para salvarlas
de la ruina ética y espiritual de este tiempo, contraria a nuestros ideales
libertarios. Es compromiso a ser cumplido aún en circunstancias adversas como
las actuales.
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