El derrame ha afectado varias Áreas bajo Régimen de Administración Especial (ABRAE), destinadas a la protección, educación, investigación y recreación que resguardan recursos biológicos, ecológicos, turísticos y económicos excepcionales, entre ellas, los Parques Nacionales Morrocoy (Falcón) y San Esteban (Carabobo), el Refugio de Fauna Silvestre Cuare (Falcón), la Zona Rural de Desarrollo Integral (ARDI) y la Zona de Interés Turístico (ZIT), ambas asentadas en el sector Boca de Aroa-Tucacas.
“Apenas 1% del área ha sido afectada por el derrame”, dicen sin rubor los obsecuentes funcionarios del régimen en referencia al desastre ecológico en marcha en la región noroccidental costera de Venezuela conocida como Golfo Triste, mientras las fotografías satelitales refutan el argumento.
Tomadas
por expertos científicos a partir del 19 de julio de 2020, las fotografías proveen
evidencia documental de la expansión de una mancha identificada por sus
características espectrales como derrame de hidrocarburos tres días más tarde,
equivalente a unos 26 mil barriles de petróleo, provenientes de la refinería El
Palito, por desbordamiento de su laguna de oxidación. Para el 26 de julio, el
derrame se había extendido a lo largo de 50 Km y más de 350 Km cuadrados, una
mancha tan grande como el lago de Valencia, al decir de Eduardo Klein, jefe
del Laboratorio de Sensores Remotos de la USB, actualmente en Australia y
responsable por el trabajo satelital.
Un
nuevo derrame entre el 10 y el 12 de agosto y otro alrededor del 23 del mismo
mes completaron la faena sin que PDVSA, empresa responsable de la refinería,
activara de inmediato las acciones establecidas en los manuales de contingencia
para contener derrames de hidrocarburos, lo cual permitió su expansión por
manglares y corales de la región.
El
derrame ha afectado varias Áreas bajo Régimen de Administración Especial
(ABRAE), destinadas a la protección, educación, investigación y recreación que
resguardan recursos biológicos, ecológicos, turísticos y económicos
excepcionales, entre ellas, los Parques Nacionales Morrocoy (Falcón) y San
Esteban (Carabobo), el Refugio de Fauna Silvestre Cuare (Falcón), la Zona Rural
de Desarrollo Integral (ARDI) y la Zona de Interés Turístico (ZIT), ambas
asentadas en el sector Boca de Aroa-Tucacas.
Diversas
instituciones y asociaciones ligadas al tema ambiental han expresado su
preocupación ante esta catástrofe. Las Academias de Ciencias Físicas,
Matemáticas y Naturales (Acfiman)
y Nacional de Ingeniería y del Hábitat (ANIH), en
documento conjunto, la Asociación de Investigadores del IVIC (AsoInIVIC),
el Instituto de Zoología y Ecología Tropical (IZET,
UCV), la Sociedad Venezolana de Ecología (SVE) que
agrupa más de 300 profesionales de alta calificación en temas ambientales,
entre otros organismos, han denunciado la tragedia ecológica en marcha y puesto
sus conocimientos a la orden del estado venezolano en la recuperación de las
áreas hoy dañadas, a partir de una necesaria evaluación de la afectación, los
compuestos residuales y los efectos a mediano y largo plazo. Al momento de
escribir estas líneas, tal ofrecimiento de apoyo científico no ha tenido
respuesta de los funcionarios gubernamentales.
Un
reporte de PROVEA da
cuenta de que entre 2010 y 2018 se derramaron al ambiente unos 866 mil barriles
de petróleo provenientes de la actividad petrolera, a los cuales debemos sumar
los nuevos derrames, constituyendo todos ellos delitos ambientales, tipificados
en la Ley Penal del Ambiente (art. 84 y 89). El ecólogo y defensor de DDHH Alejandro Álvarez nos
recuerda que además de los daños ambientales que comprometen la diversidad
biológica, hay “un impacto sobre los derechos de las personas a la salud,
derechos económicos de quienes viven de la pesca y recolección de organismos y
de quienes viven del turismo y esperan a que termine la cuarentena para reactivar el sector. Son derechos
económicos y sociales de las personas, a los cuales se suman los derechos a la
información y a la participación”.
Hoy el
Golfo Triste luce más triste. Una toponimia fijada en 1604 en el mapa de Antonio de Herrera para
identificar esa zona costera entre Tucacas y Puerto Cabello, fue justificada
por el Conde de Ségur, ilustre viajero de finales del siglo XVIII, al
describirla como “una masa sombría de altas montañas que parecen difundir sus
sombras sobre el mar y propician pensamientos melancólicos en el alma…”. Muy lejos de las descripciones alegres de los
miles de turistas modernos que por décadas han disfrutado (y con frecuencia, maltratado)
esos bellísimos ecosistemas del noroccidente venezolano. No basta con haber
declarado el Parque Nacional Morrocoy o establecido el Refugio de Fauna
Silvestre de Cuare, si esas designaciones son letra muerta en los despachos
ministeriales.
Nos
toca minimizar los daños provocados por la desidia oficial en el manejo de estos
asuntos, lo que supondrá un esfuerzo monumental, dada la magnitud de los
deterioros ambientales a lo largo y ancho del territorio nacional. Se lo
debemos a las generaciones futuras, que de otra forma nos reclamarán el abandono
en que hayamos incurrido al no velar por el patrimonio que ellos heredarán de
nuestras manos.
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*Agradezco a Carlos Carmona (IVIC) y Ma. Eugenia Grillet (IZET, UCV) su ayuda en la localización de algunos documentos.
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