AL COMPÁS DE LA CIENCIA
GIOCONDA SAN BLAS
81 KILÓMETROS
Ochenta
y un km y décadas de postergación social es la distancia del viaje que
emprendo, en afán de despojarme una vez más de ropajes intelectuales y volcarme
a esa Venezuela profunda, tan ajena a la vida citadina que me empeño en vivir. La
ciudad ruidosa, llena de ghettos donde refugiarnos de la violencia que nos
agobia, esa ciudad que nos atrae por su ansia de modernidad, da paso al
ambiente contrastante del campo.
Comparto
un gabinete parroquial del gobierno de Miranda. Para llegar debimos cruzar
carreteras fangosas, vías agrícolas abandonadas por el gobierno central, a
quien corresponde su mantenimiento, y tres pasos de un río que por fortuna nos regaló
un escaso caudal para permitirnos avanzar.
Los
niños, pulcros y vivaces, acompañados por maestras y padres agradecidos, reciben
del gobernador la escuelita reconstruida, como símbolo del progreso y ascenso
social que aguarda por ellos si aprovechan la oportunidad de estudiar y
aprender que se les ofrece. Asistencia médica, jurídica y más reciben los
habitantes de ese caserío remoto y cercano a la vez.
Con
la recia dignidad de los humildes, ellos me hablan de sus aspiraciones. Y
pienso en formas de ayudarlos a penetrar en el siglo XXI a través de la ciencia
y la tecnología. ¿Los niños reciben nociones de biología, ambiente y su
relación con éste? Las maestras, ávidas de información docente, quieren saber
más para trasmitir conocimientos actualizados. ¿Cómo capacitarlas? ¿Se podrá
construir un liceo para continuar estudios?
Los
árboles de mandarina, fuente primordial
de ingreso para los agricultores de la zona, ¿tendrán plagas que afecten su
rendimiento? ¿Podemos identificarlas y ofrecer soluciones efectivas? ¿Tenemos
agrónomos que los ayuden con métodos más efectivos de cultivo? ¿El agua que toman
es potable? ¿Podemos ofrecerles métodos sencillos y económicos de purificación?
Necesidades infinitas a ser abordadas con recursos limitados, haciendo uso de conocimientos
científicos obtenidos en consolidados laboratorios de investigación.
Mientras
esto escribo comienza a llover y pienso en esos niños que hoy no podrán asistir
a su escuelita porque el río habrá crecido y los pasos tumultuosos y el fango
les impedirán llegar a ella, aún con las botas de goma con que transitan por esos
senderos. Pienso también en los campesinos que no podrán llevar sus cosechas al
mercado, en los humildes habitantes de esos caseríos, prisioneros de la lluvia,
como si el siglo XXI se negara a llegarles.
Pero
me animan las miradas retadoras de esos lugareños que como Carmen Rosa (Casas
Muertas, Miguel Otero Silva) rehúsan rendirse, aunque no bastará su sola
voluntad para lograrlo. Se requerirán políticas sociales bien estructuradas de
equidad y justicia a nivel nacional, más allá de lo asistencial, para que ese
mundo que espera por ellos les llegue, con nuestro concurso.
También en: www.analitica.com/va/sociedad/articulos/8945362.asp
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