Facundo Cabral

“Nos envejece más la cobardía que el tiempo; los años sólo arrugan la piel pero el miedo arruga el alma” Facundo Cabral

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jueves, 7 de julio de 2016

Dos discursos, dos momentos

Una sesión en la que por primera vez desde principios del siglo XX el representante del Poder Ejecutivo, la bancada oficialista y los demás poderes públicos se negaron a asistir a una sesión solemne del Poder Legislativo, para celebrar la fecha magna, civil, de la firma del Acta de Independencia, un día que como dijo el orador de ocasión, debería unirnos a todos los venezolanos, por encima de cualquier credo. Es que ya ni siquiera guardan el comportamiento republicano de la democracia formal.

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Opinión / Jueves 06 de julio de 2016 / 

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AL COMPÁS DE LA CIENCIA

GIOCONDA SAN BLAS

DOS DISCURSOS, DOS MOMENTOS


El 23 de enero de 1999 Luis Castro Leiva, profesor universitario, historiador y filósofo, fue invitado por el entonces Congreso Nacional a ser el orador de orden en la sesión solemne de conmemoración del 41º aniversario del 23 de enero de 1958. Un vibrante discurso que sería el último del agónico Congreso, en el que Castro Leiva avizoraba los tiempos por venir en breve y que se convirtió en su testamento libertario al fallecer tres meses más tarde.

Lamentaba el orador la desmemoria en la que guardábamos el “espíritu del 23 de enero”, el espíritu unitario, convirtiendo la fecha en una “celebración del olvido”. Recordaba entonces que “el 23 de enero de 1958 se nos devolvió el sentido de nuestra vergüenza hasta entonces perdida en la indignidad de una dictadura más. Nos vino devuelta a través del poder del sufragio y de los partidos (…), que [nos permitieron] pasar de un voluntarismo político sectario a la realidad de la división del poder político como condición necesaria, nunca suficiente, para el funcionamiento de la democracia representativa”. Defendía así Castro Leiva este precepto constitucional que pronto sería desterrado del marco legal, en el estrépito de una revolución pretendidamente participativa y protagónica.

Al tiempo que nos estimulaba a ser república y en el proceso, construir una democracia, Castro Leiva nos traía el recuerdo de otro orador de orden en fecha similar de 1959, en ocasión del primer aniversario del fin de la dictadura: Miguel Otero Silva, quien partícipe de las luchas contra el penúltimo dictador, Marcos Pérez Jiménez, nos recordaba la necesidad de la unidad para la construcción de la patria: “En tanto que los partidos separados por grietas y abismos cavados al fragor de las divergencias anteriores se mantuvieron combatientes desde trincheras individuales, cada uno con su táctica, cada uno con sus propósitos, mirando de reojo al aliado como si fuese un adversario, tan solo lograron llenar las cárceles con sus dirigentes más capaces, de ofrendar la vida de sus capitanes más decididos.” Y a tono con ese pensamiento, nuestro orador insistía en la importancia de la unidad, en nombre de la libertad.

Pasajes de ese discurso flotaban en mi mente cuando el pasado 5 de julio escuché al orador de orden de esta sesión solemne, Américo Martín, sentada en el hemiciclo de la Asamblea Nacional, al cobijo del vitral que proyecta la imagen de Andrés Eloy Blanco, el inolvidable poeta y legislador de tiempos idos, víctima al final de la dictadura que lo condenó al exilio, donde falleció.

Una sesión en la que por primera vez desde principios del siglo XX el representante del Poder Ejecutivo, la bancada oficialista y los demás poderes públicos se negaron a asistir a una sesión solemne del Poder Legislativo, para celebrar la fecha magna, civil, de la firma del Acta de Independencia, un día que como dijo el orador de ocasión, debería unirnos a todos los venezolanos, por encima de cualquier credo. Es que ya ni siquiera guardan el comportamiento republicano de la democracia formal.

En su estilo particular, Américo Martín al igual que Luis Castro Leiva hizo hincapié en el enlace entre república y democracia como hermanas siamesas, en la necesidad de mantener la unidad como premisa básica para cualquier avance y en denunciar la amenaza de abolir a la Asamblea Nacional. Y al referirse al tiempo presente, dio un respaldo inequívoco al proceso revocatorio, señalando que éste “es una causa popular, por lo cual debe respetarse y no obstaculizarse (…) El referendo revocatorio es innegociable (…) El alud de firmas le pertenece a quienes lo suscriben (…) a cada uno de los venezolanos”.

El orador defendió la posibilidad de diálogo para buscar acuerdos, considerando que “la flexibilidad política es infinitamente mejor que la intransigencia. Quien dialoga en serio, sin dejar los principios, no pretenderá aplastar a otro, o engañarse, engañando al otro”.

Con una invocación a la paz se cerró un discurso que una vez más me hizo evocar el otro de 1999, cuando Luis Castro Leiva en tono sereno afirmó: “Quiero la paz, pero no a cualquier precio; mucho menos si el que hay que pagar es el precio de la libertad.” Nunca mejor dicho.

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