Una sesión en la que por primera vez desde principios del siglo XX el representante del Poder Ejecutivo, la bancada oficialista y los demás poderes públicos se negaron a asistir a una sesión solemne del Poder Legislativo, para celebrar la fecha magna, civil, de la firma del Acta de Independencia, un día que como dijo el orador de ocasión, debería unirnos a todos los venezolanos, por encima de cualquier credo. Es que ya ni siquiera guardan el comportamiento republicano de la democracia formal.
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Opinión / Jueves 06 de julio de 2016 /
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AL COMPÁS DE LA CIENCIA
GIOCONDA SAN BLAS
El 23 de enero de 1999 Luis
Castro Leiva, profesor universitario, historiador y filósofo, fue invitado por
el entonces Congreso Nacional a ser el orador de orden en la sesión solemne de
conmemoración del 41º aniversario del 23 de enero de 1958. Un vibrante discurso
que sería el último del agónico Congreso, en el que Castro Leiva avizoraba los
tiempos por venir en breve y que se convirtió en su testamento libertario al
fallecer tres meses más tarde.
Lamentaba el orador la
desmemoria en la que guardábamos el “espíritu del 23 de enero”, el espíritu
unitario, convirtiendo la fecha en una “celebración del olvido”. Recordaba
entonces que “el 23 de enero de 1958 se nos devolvió el sentido de nuestra
vergüenza hasta entonces perdida en la indignidad de una dictadura más. Nos
vino devuelta a través del poder del sufragio y de los partidos (…), que [nos
permitieron] pasar de un voluntarismo político sectario a la realidad de la
división del poder político como condición necesaria, nunca suficiente, para el
funcionamiento de la democracia representativa”. Defendía así Castro Leiva este
precepto constitucional que pronto sería desterrado del marco legal, en el
estrépito de una revolución pretendidamente participativa y protagónica.
Al tiempo que nos estimulaba
a ser república y en el proceso, construir una democracia, Castro Leiva nos
traía el recuerdo de otro orador de orden en fecha similar de 1959, en ocasión
del primer aniversario del fin de la dictadura: Miguel Otero Silva, quien
partícipe de las luchas contra el penúltimo dictador, Marcos Pérez Jiménez, nos
recordaba la necesidad de la unidad para la construcción de la patria: “En
tanto que los partidos separados por grietas y abismos cavados al fragor de las
divergencias anteriores se mantuvieron combatientes desde trincheras
individuales, cada uno con su táctica, cada uno con sus propósitos, mirando de
reojo al aliado como si fuese un adversario, tan solo lograron llenar las
cárceles con sus dirigentes más capaces, de ofrendar la vida de sus capitanes
más decididos.” Y a tono con ese pensamiento, nuestro orador insistía en la
importancia de la unidad, en nombre de la libertad.
Pasajes de ese discurso
flotaban en mi mente cuando el pasado 5 de julio escuché al orador de orden de
esta sesión solemne, Américo Martín, sentada en el hemiciclo de la Asamblea
Nacional, al cobijo del vitral que proyecta la imagen de Andrés Eloy Blanco, el
inolvidable poeta y legislador de tiempos idos, víctima al final de la
dictadura que lo condenó al exilio, donde falleció.
Una sesión en la que por
primera vez desde principios del siglo XX el representante del Poder Ejecutivo,
la bancada oficialista y los demás poderes públicos se negaron a asistir a una
sesión solemne del Poder Legislativo, para celebrar la fecha magna, civil, de
la firma del Acta de Independencia, un día que como dijo el orador de ocasión,
debería unirnos a todos los venezolanos, por encima de cualquier credo. Es que
ya ni siquiera guardan el comportamiento republicano de la democracia formal.
En su estilo particular,
Américo Martín al igual que Luis Castro Leiva hizo hincapié en el enlace entre
república y democracia como hermanas siamesas, en la necesidad de mantener la
unidad como premisa básica para cualquier avance y en denunciar la amenaza de
abolir a la Asamblea Nacional. Y al referirse al tiempo presente, dio un
respaldo inequívoco al proceso revocatorio, señalando que éste “es una causa
popular, por lo cual debe respetarse y no obstaculizarse (…) El referendo revocatorio
es innegociable (…) El alud de firmas le pertenece a quienes lo suscriben (…) a
cada uno de los venezolanos”.
El orador defendió la
posibilidad de diálogo para buscar acuerdos, considerando que “la flexibilidad
política es infinitamente mejor que la intransigencia. Quien dialoga en serio, sin
dejar los principios, no pretenderá aplastar a otro, o engañarse, engañando al
otro”.
Con una invocación a la paz
se cerró un discurso que una vez más me hizo evocar el otro de 1999, cuando
Luis Castro Leiva en tono sereno afirmó: “Quiero la paz, pero no a cualquier
precio; mucho menos si el que hay que pagar es el precio de la libertad.” Nunca
mejor dicho.
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