Facundo Cabral

“Nos envejece más la cobardía que el tiempo; los años sólo arrugan la piel pero el miedo arruga el alma” Facundo Cabral

“Guardar silencio también es tomar partido” Laureano Márquez

jueves, 17 de julio de 2014

Memoria del silencio*, una novela cubana con ecos en Venezuela


*Novela de Uva de Aragón, 2002. Versión teatral dirigida por Virginia Aponte e interpretada por Soraya Siverio (Lauri), Lucrecia Baldassarre (Menchu), Unai Amenábar (Robertico) y Carlos Domínguez (Lázaro).

Cuba vista a través de los cristales de dos hermanas separadas por 90 millas y 40 años de incomprensión. Su reencuentro, como símbolo de esperanza en la reconciliación de la familia y el entendimiento mutuo entre las partes.

 


GIOCONDA SAN BLAS

MEMORIA DEL SILENCIO*
UNA NOVELA CUBANA CON ECOS EN VENEZUELA


1.- ELLOS, LOS CUBANOS

“Nos reencontrábamos para develar el misterio de lo que había del otro lado de ese muro de agua e incomprensiones que había separado a los cubanos.” Dos hermanas, Lauri en Miami y Menchu en La Habana, se encuentran luego de 40 años, con el temor de no reconocerse, de no aceptarse en sus diferencias; dos mujeres arrastradas a situaciones opuestas más por amor a sus hombres que por las convicciones ideológicas que éstos profesan de manera rabiosa, definitiva; dos figuras femeninas que en realidad simbolizan al pueblo seducido por una clase dominante, poderosa, aquí representada por las voces masculinas de Robertico y Lázaro; una historia que se nos va haciendo cada día más familiar a los venezolanos, también divididos por muros de incomprensiones que ahora parecen alcanzar no solo a quienes están comprometidos con visiones distintas del país sino entre quienes dicen compartirlas.

En la novela desfilan contrapuntos cubanos, que ya nos resultan habituales:

“traidores que ponen en peligro la soberanía nacional” / “mucha soberanía y muy poco en los fogones”;

“el amor no tiene que ver con política” / “todo tiene que ver con la revolución”;

“iremos a la patria a liberarla; la victoria será rápida” / “esa gente no vendrá porque la revolución es irreversible”.

Por una parte el exilio cubano en Miami, el de la primera oleada, con una gran añoranza por su país (los “gusanos”, según Fidel), sueña en todo momento con que el régimen comunista de Cuba está al derrumbarse, y que esto ocurrirá por acción del pueblo cubano. “Los hombres de esta familia vamos a cumplir nuestro sagrado deber con Cuba. Iremos a entrenar para desembarcar en Cuba y liberarla. Creemos que la victoria será rápida. Nos darán la bienvenida con guirnaldas, abrazos, aplausos”. Pero los años pasan, la sensación de vivir de paso en un país extraño continúa y todos los 31 de diciembre se brinda, con ilusión renovada: “El próximo año en La Habana”. ¿En qué maleta poner el dolor del exilio, la nostalgia acumulada, el desarraigo sufrido?

Y luego, el exilio cubano de la segunda oleada, los marielitos y otros, aquellos que no tienen otro interés que su propia salvación y la de sus familiares, porque el concepto de nación ha desaparecido al borrar la historia para acomodarla a una revolución que ha fracasado. “El futuro que prometía ha llegado y es desastroso. Las cosas nunca mejoran sino empeoran. Los cubanos que huyen sin querer volver jamás. No sueñan con llevar al país la democracia, la libertad. No pueden identificarse con un proyecto nacional porque para ellos Cuba empezó cuando Castro se alzó en la Sierra Maestra. El único camino es la balsa”.

Por otro lado, un pueblo en la isla a la expectativa de que los planes de los caudillos de la revolución con respecto a la educación van a cambiar muchas cosas. Va a crecer otra generación, el hombre nuevo. “Porque somos parte de la historia no solo de Cuba sino del mundo entero. Esa revolución será el principio de otras que se expandirán por todo el continente. Todos seremos iguales”. “El porvenir de Cuba socialista se ilumina de orgullo y esperanza por esos jóvenes y niños que constituyen el mejor tesoro de la revolución”. “¿Cómo es posible barrer de la noche a la mañana con un estado de derecho? Las revoluciones son así, Menchu, no pueden ser de otro modo. Hay que barrer con todo lo anterior y hacerlo enseguida. Nacionalizar las empresas no es hacer política, es justicia revolucionaria”. Y por último, la sumisión: “No podemos vivir contra la corriente y si queremos ser alguien en la vida, tenemos que sumarnos a la revolución y hacerlo con los ojos cerrados, con fe ciega, porque no tenemos otro camino”.

Lauri reflexiona: “Me duele Cuba. Duele sentirse extranjera, con las raíces al aire, con esa sensación de que todo es temporal, que nuestra vida está allá, en un futuro que nunca llega. ¿Ha logrado la distancia y la nostalgia distorsionar nuestra visión de Cuba? Hemos idealizado el pasado y no sabemos a ciencia cierta el presente. Somos una generación de náufragos. En Cuba han querido borrar la historia, todo lo anterior a 1959, robarle al pueblo su memoria colectiva. ¿Cómo puede existir una nación sin pasado? Nosotros somos los últimos que podemos recordar al país antes de la revolución. Somos la última generación de cubanos. La Cuba que nosotros recordamos no existe sino en nuestros sueños, es todo mentira; la Cuba real es la otra, la de verde olivo y consignas, la de libreta de racionamiento y comités de defensa, la de fusilados y presos, en la que algunos o muchos viven ciegos al horror porque creen firmemente -patria o muerte, venceremos- que están construyendo una Cuba mejor. No entiendo que a estas alturas no quieras reconocer que se equivocaron.”

Menchu replica: “Con la revolución no hemos cortado la historia de Cuba. Hemos cortado las ramas podridas del árbol de la historia de Cuba. ¿Qué quieres que te diga, que toda la caña que corté, que todas las horas en que alfabeticé, que toda la miseria que he pasado no valen nada, que mi vida no vale nada, que la vida de 12 millones de cubanos no vale nada, que debemos agachar la cabeza ante el exilio, que nos humillemos y que vengan con sus discursos decimonónicos a darnos lecciones de patriotismo? Hicimos mil sacrificios en aras de un futuro que ya llegó y no podía ser peor. ¿No te das cuenta de que ésa fue mi vida, que esa es Cuba y no la que ustedes se han inventado?” Y su marido Lázaro, un revolucionario contumaz, al suicidarse deja una esquela para Menchu: “Ya nunca construiremos la Cuba que soñamos para nuestra hija. No sé si la revolución nos traicionó o nosotros la traicionamos a ella”.

Y luego ambas: “Todos tenemos parte de razón y ninguno tiene toda la razón. Habrá cambios en Cuba… pero es tan largo el proceso…” Porque a pesar de todo, los valores de la familia han sobrevivido por encima de las diferencias ideológicas impuestas por la clase dominante a un pueblo sometido.

2.- NOSOTROS, LOS VENEZOLANOS

Cincuenta y cinco años más tarde del arribo al poder de Fidel Castro y su séquito, nos ha tocado a nosotros los venezolanos vivir experiencias similares que si no han sido más dramáticas es porque la mitad de la población se ha mantenido firme para impedir que la barbarie arrase con nuestro país (los “escuálidos”, “vendepatria” y también “gusanos”, según los prohombres de la revolución). Repasamos la historia y vemos una suerte de guion que se repite paso a paso, como el libreto de un teatro, antes en Cuba, ahora en Venezuela: expropiaciones, nacionalizaciones, escasez, colas, programas educativos para formar el hombre nuevo, tergiversaciones históricas para el acomodo a la versión revolucionaria, presidio, torturas, violaciones a derechos humanos, cercos a las libertades, todo ocurrido allá, todo ocurriendo aquí. Y lo peor, la invasión consentida, Venezuela ahora convirtiéndose en provincia cubana, con las mismas miserias de la “metrópoli” por voluntad de sus autoridades.

Mientras tanto, al igual que allá, el exilio va creciendo aquí, el desgarramiento de la familia sigue su curso y todos sentimos la nostalgia de la separación. Los que se fueron, incapaces de medir la intensidad de lo que vivimos, van armando una imagen idealizada de la Venezuela añorada, a veces creyendo de buena fe que desde fuera pueden precipitar los acontecimientos internos, a su manera, exponiendo el pellejo ajeno y salvaguardando el propio desde la distancia.

Quienes aquí nos quedamos, suspiramos por los que se fueron y también nosotros en nuestro brindis del 31 de diciembre pedimos lo mismo desde hace tres lustros: el fin de esta pesadilla, el comienzo de un gobierno funcional en libertad y democracia, el reencuentro de la familia venezolana, el beso de los hijos distantes y el abrazo de los amigos que un día decidieron buscar nuevos horizontes, lejos de esta tierra que los vio nacer pero les negó las oportunidades de crecimiento a las que tenían derecho. Algunos sin mirar para atrás; otros con la esperanza de volver; todos “pensando en ti noche y día, aldea de mis amores” (Juan, en Los Gavilanes).

Los que aquí quedamos, cada día más presos en esta isla en que se está convirtiendo Venezuela, con nuestra cuota de muertos, detenidos, torturados, presos políticos, carestías, debemos pensar en reconstruirnos como nación libre y democrática, en la tolerancia y el respeto por el otro, como aspiran Lauri y Menchu que será para ellos, no a través de las figuras masculinas de Robertico y Lázaro, sus maridos, representantes del poder y la dominación, la nomenklatura, sino por medio de ese pueblo que en las figuras femeninas de las hermanas, se busca para reencontrarse en lazos fraternales.
Difícil tarea y tal vez ingenuo pensamiento, cuando el peso de lo vivido ha creado tantos resentimientos. Reconciliar al país, tratar de entendernos los unos con los otros, pueblo con pueblo, es indispensable para reconstruir la nación. Reconciliarnos entre nosotros con una agenda constructiva de paz y progreso que permita levantar a la nación del marasmo en que se encuentra y que haga posible el abrazo con nuestros vecinos, no importe su credo, y el cariño de los que se fueron y retornan para quedarse o simplemente visitarnos.

Como a Lauri y Menchu, las añoranzas me embargan. Nada quisiera más que volver a ver y besar a mis hijos, nietos, sobrinos, verme en los ojos de amigos queridos, sentir el calor de esa familia dispersa por el mundo. Que ellos también sintieran que aquí los esperamos, aunque sea por breves períodos, aunque ya sean ciudadanos de países ajenos, recordando que sus raíces están en esta tierra que siempre los acogerá con amor cuando vengan de vuelta o de visita, una tierra que necesitará del concurso de todos para su reconstrucción en democracia.

Añoranza también de reconciliación interna, por volver a reunirnos entre amigos, sin que sea requisito pensar igual sobre el país, retomar la confianza perdida, compartir largas veladas sin temor a la violencia social, vivir sin esa oprobiosa sensación de estar espiados constantemente, de que nuestros pasos son seguidos y nuestros pensamientos adivinados y castigados. Y con la mente puesta en impedir el transcurso de 55 años como el del oprobioso régimen cubano, para construir el presente en democracia y libertad, nada más, nada menos.

NB: El 16-07-2014 la autora del libro, Uva de Aragón escribió "Cuando me fui de Cuba", en recuerdo de los 55 años transcurridos desde el día en que dejó su isla natal. El texto se encuentra en:
http://www.diariolasamericas.com/blogs/cuba-uva-aragon-2.html
También en: http://www.noticiasdevenezuela.org/2014/07/17/memoria-del-silencio-una-novela-cubana-con-ecos-en-venezuela/
 

1 comentario:

  1. Descubrimendo esta reflexión, en estos dias en donde el recuento de la experiencia vivida con las presentaciones de Memoria en Venezuela se hace ya un pasado cercano. Debo comprender con esta reflexión que se entabló la conversación que como grupo queríamos tener. Es así...y en la ingenuidad de quien todavía piensa en la mayoría que sigue viviendo buscando una salida que no sea la violencia a la que Venezuela parece encaminarse.

    ResponderBorrar