GIOCONDA SAN BLAS
MEMORIA DEL SILENCIO*
UNA NOVELA CUBANA CON ECOS EN VENEZUELA
UNA NOVELA CUBANA CON ECOS EN VENEZUELA
1.- ELLOS, LOS CUBANOS
“Nos reencontrábamos para
develar el misterio de lo que había del otro lado de ese muro de agua e
incomprensiones que había separado a los cubanos.” Dos hermanas, Lauri en Miami
y Menchu en La Habana, se encuentran luego de 40 años, con el temor de no
reconocerse, de no aceptarse en sus diferencias; dos mujeres arrastradas a
situaciones opuestas más por amor a sus hombres que por las convicciones ideológicas
que éstos profesan de manera rabiosa, definitiva; dos figuras femeninas que en
realidad simbolizan al pueblo seducido por una clase dominante, poderosa, aquí
representada por las voces masculinas de Robertico y Lázaro; una historia que
se nos va haciendo cada día más familiar a los venezolanos, también divididos
por muros de incomprensiones que ahora parecen alcanzar no solo a quienes están
comprometidos con visiones distintas del país sino entre quienes dicen
compartirlas.
En la novela desfilan contrapuntos
cubanos, que ya nos resultan habituales:
“traidores
que ponen en peligro la soberanía nacional” / “mucha soberanía y muy poco en
los fogones”;
“el
amor no tiene que ver con política” / “todo tiene que ver con la revolución”;
“iremos
a la patria a liberarla; la victoria será rápida” / “esa gente no vendrá porque
la revolución es irreversible”.
Por
una parte el exilio cubano en Miami, el de la primera oleada, con una gran
añoranza por su país (los “gusanos”, según Fidel), sueña en todo momento con que
el régimen comunista de Cuba está al derrumbarse, y que esto ocurrirá por
acción del pueblo cubano. “Los hombres de esta familia vamos a cumplir nuestro
sagrado deber con Cuba. Iremos a entrenar para desembarcar en Cuba y liberarla.
Creemos que la victoria será rápida. Nos darán la bienvenida con guirnaldas,
abrazos, aplausos”. Pero los años pasan, la sensación de vivir de paso en un
país extraño continúa y todos los 31 de diciembre se brinda, con ilusión
renovada: “El próximo año en La Habana”. ¿En qué maleta poner el dolor del
exilio, la nostalgia acumulada, el desarraigo sufrido?
Y
luego, el exilio cubano de la segunda oleada, los marielitos y otros, aquellos
que no tienen otro interés que su propia salvación y la de sus familiares,
porque el concepto de nación ha desaparecido al borrar la historia para
acomodarla a una revolución que ha fracasado. “El futuro que prometía ha
llegado y es desastroso. Las cosas nunca mejoran sino empeoran. Los cubanos que
huyen sin querer volver jamás. No sueñan con llevar al país la democracia, la
libertad. No pueden identificarse con un proyecto nacional porque para ellos
Cuba empezó cuando Castro se alzó en la Sierra Maestra. El único camino es la
balsa”.
Por
otro lado, un pueblo en la isla a la expectativa de que los planes de los
caudillos de la revolución con respecto a la educación van a cambiar muchas
cosas. Va a crecer otra generación, el hombre nuevo. “Porque somos parte de la
historia no solo de Cuba sino del mundo entero. Esa revolución será el
principio de otras que se expandirán por todo el continente. Todos seremos
iguales”. “El porvenir de Cuba socialista se ilumina de orgullo y esperanza por
esos jóvenes y niños que constituyen el mejor tesoro de la revolución”. “¿Cómo
es posible barrer de la noche a la mañana con un estado de derecho? Las
revoluciones son así, Menchu, no pueden ser de otro modo. Hay que barrer con
todo lo anterior y hacerlo enseguida. Nacionalizar las empresas no es hacer
política, es justicia revolucionaria”. Y por último, la sumisión: “No
podemos vivir contra la corriente y si queremos ser alguien en la vida, tenemos
que sumarnos a la revolución y hacerlo con los ojos cerrados, con fe ciega,
porque no tenemos otro camino”.
Lauri reflexiona: “Me duele
Cuba. Duele sentirse extranjera, con las raíces al aire, con esa sensación de que
todo es temporal, que nuestra vida está allá, en un futuro que nunca llega. ¿Ha
logrado la distancia y la nostalgia distorsionar nuestra visión de Cuba? Hemos
idealizado el pasado y no sabemos a ciencia cierta el presente. Somos una
generación de náufragos. En Cuba han querido borrar la historia, todo lo
anterior a 1959, robarle al pueblo su memoria colectiva. ¿Cómo puede existir
una nación sin pasado? Nosotros somos los últimos que podemos recordar al país
antes de la revolución. Somos la última generación de cubanos. La Cuba que
nosotros recordamos no existe sino en nuestros sueños, es todo mentira; la Cuba
real es la otra, la de verde olivo y consignas, la de libreta de racionamiento
y comités de defensa, la de fusilados y presos, en la que algunos o muchos
viven ciegos al horror porque creen firmemente -patria o muerte, venceremos-
que están construyendo una Cuba mejor. No entiendo que a estas alturas no
quieras reconocer que se equivocaron.”
Menchu replica: “Con la
revolución no hemos cortado la historia de Cuba. Hemos cortado las ramas
podridas del árbol de la historia de Cuba. ¿Qué quieres que te diga, que toda
la caña que corté, que todas las horas en que alfabeticé, que toda la miseria
que he pasado no valen nada, que mi vida no vale nada, que la vida de 12
millones de cubanos no vale nada, que debemos agachar la cabeza ante el exilio,
que nos humillemos y que vengan con sus discursos decimonónicos a darnos
lecciones de patriotismo? Hicimos mil sacrificios en aras de un futuro que ya
llegó y no podía ser peor. ¿No te das cuenta de que ésa fue mi vida, que esa es
Cuba y no la que ustedes se han inventado?” Y su marido Lázaro, un
revolucionario contumaz, al suicidarse deja una esquela para Menchu: “Ya nunca
construiremos la Cuba que soñamos para nuestra hija. No sé si la revolución nos
traicionó o nosotros la traicionamos a ella”.
Y luego ambas: “Todos
tenemos parte de razón y ninguno tiene toda la razón. Habrá cambios en Cuba…
pero es tan largo el proceso…” Porque a pesar de todo, los valores de la familia
han sobrevivido por encima de las diferencias ideológicas impuestas por la
clase dominante a un pueblo sometido.
2.- NOSOTROS, LOS
VENEZOLANOS
Cincuenta y cinco años más tarde del
arribo al poder de Fidel Castro y su séquito, nos ha tocado a nosotros los venezolanos
vivir experiencias similares que si no han sido más dramáticas es porque la
mitad de la población se ha mantenido firme para impedir que la barbarie arrase
con nuestro país (los “escuálidos”, “vendepatria” y también “gusanos”, según
los prohombres de la revolución). Repasamos la historia y vemos una suerte de
guion que se repite paso a paso, como el libreto de un teatro, antes en
Cuba, ahora en Venezuela: expropiaciones, nacionalizaciones, escasez, colas, programas
educativos para formar el hombre nuevo, tergiversaciones históricas para el
acomodo a la versión revolucionaria, presidio, torturas, violaciones a derechos
humanos, cercos a las libertades, todo ocurrido allá, todo ocurriendo aquí. Y
lo peor, la invasión consentida, Venezuela ahora convirtiéndose en provincia
cubana, con las mismas miserias de la “metrópoli” por voluntad de sus
autoridades.
Mientras tanto, al igual que
allá, el exilio va creciendo aquí, el desgarramiento de la familia sigue su
curso y todos sentimos la nostalgia de la separación. Los que se fueron, incapaces
de medir la intensidad de lo que vivimos, van armando una imagen idealizada de
la Venezuela añorada, a veces creyendo de buena fe que desde fuera
pueden precipitar los acontecimientos internos, a su manera, exponiendo el
pellejo ajeno y salvaguardando el propio desde la distancia.
Quienes aquí nos quedamos,
suspiramos por los que se fueron y también nosotros en nuestro brindis del 31
de diciembre pedimos lo mismo desde hace tres lustros: el fin de esta
pesadilla, el comienzo de un gobierno funcional en libertad y democracia, el
reencuentro de la familia venezolana, el beso de los hijos distantes y el
abrazo de los amigos que un día decidieron buscar nuevos horizontes, lejos de
esta tierra que los vio nacer pero les negó las oportunidades de crecimiento a
las que tenían derecho. Algunos sin mirar para atrás; otros con la esperanza de
volver; todos “pensando en ti noche y día, aldea de mis amores” (Juan, en Los
Gavilanes).
Los que aquí quedamos, cada
día más presos en esta isla en que se está convirtiendo Venezuela, con nuestra
cuota de muertos, detenidos, torturados, presos políticos, carestías, debemos
pensar en reconstruirnos como nación libre y democrática, en la tolerancia y el
respeto por el otro, como aspiran Lauri y Menchu que será para ellos, no a
través de las figuras masculinas de Robertico y Lázaro, sus maridos,
representantes del poder y la dominación, la nomenklatura, sino por medio de ese pueblo que en
las figuras femeninas de las hermanas, se busca para reencontrarse en lazos
fraternales.
Difícil tarea y tal vez ingenuo pensamiento, cuando el peso de lo
vivido ha creado tantos resentimientos. Reconciliar al país, tratar de
entendernos los unos con los otros, pueblo con pueblo, es indispensable para
reconstruir la nación. Reconciliarnos entre nosotros con una agenda
constructiva de paz y progreso que permita levantar a la nación del marasmo en
que se encuentra y que haga posible el abrazo con nuestros vecinos, no importe
su credo, y el cariño de los que se fueron y retornan para quedarse o simplemente
visitarnos.
Como a Lauri y Menchu, las
añoranzas me embargan. Nada quisiera más que volver a ver y besar a mis hijos,
nietos, sobrinos, verme en los ojos de amigos queridos, sentir el calor de esa
familia dispersa por el mundo. Que ellos también sintieran que aquí los
esperamos, aunque sea por breves períodos, aunque ya sean ciudadanos de países
ajenos, recordando que sus raíces están en esta tierra que siempre los acogerá
con amor cuando vengan de vuelta o de visita, una tierra que necesitará del
concurso de todos para su reconstrucción en democracia.
Añoranza también de
reconciliación interna, por volver a reunirnos entre amigos, sin que sea
requisito pensar igual sobre el país, retomar la confianza perdida, compartir
largas veladas sin temor a la violencia social, vivir sin esa oprobiosa
sensación de estar espiados constantemente, de que nuestros pasos son seguidos
y nuestros pensamientos adivinados y castigados. Y con la mente puesta en
impedir el transcurso de 55 años como el del oprobioso régimen cubano, para construir
el presente en democracia y libertad, nada más, nada menos.
NB: El 16-07-2014 la autora del libro, Uva de Aragón escribió "Cuando me fui de Cuba", en recuerdo de los 55 años transcurridos desde el día en que dejó su isla natal. El texto se encuentra en:
http://www.diariolasamericas.com/blogs/cuba-uva-aragon-2.html
También en: http://www.noticiasdevenezuela.org/2014/07/17/memoria-del-silencio-una-novela-cubana-con-ecos-en-venezuela/NB: El 16-07-2014 la autora del libro, Uva de Aragón escribió "Cuando me fui de Cuba", en recuerdo de los 55 años transcurridos desde el día en que dejó su isla natal. El texto se encuentra en:
http://www.diariolasamericas.com/blogs/cuba-uva-aragon-2.html
Descubrimendo esta reflexión, en estos dias en donde el recuento de la experiencia vivida con las presentaciones de Memoria en Venezuela se hace ya un pasado cercano. Debo comprender con esta reflexión que se entabló la conversación que como grupo queríamos tener. Es así...y en la ingenuidad de quien todavía piensa en la mayoría que sigue viviendo buscando una salida que no sea la violencia a la que Venezuela parece encaminarse.
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