Contrariamente a los cautos informes anteriores, en este informe se expresa con recia certidumbre que «la evidencia de la influencia del ser humano en el clima es ya tan abrumadora que no hay duda científica […]. El cambio climático inducido por el hombre se evidencia en los cambios observados en extremos como olas de calor, fuertes precipitaciones, sequías y ciclones tropicales». Los estamos viendo: inundaciones en Alemania, incendios forestales en California, olas de calor en Grecia o Canadá…
Año 1856. Seis años antes que John Tyndall, la científica norteamericana Eunice Foote lleva a cabo un sencillo experimento: llena con aire un envase de vidrio, otro con dióxido de carbono (CO2). Puestos al sol, ella registra que la temperatura en el segundo se eleva más que en el primero, comprobando así que el CO2 absorbe más calor. Sus análisis, publicados en The American Journal of Science and Arts, Royal Society, le llevaron a concluir que «… si el aire se mezclara con una mayor proporción de CO2 que en el presente, el resultado sería un aumento de la temperatura ambiental».
A escala planetaria, esas conclusiones son hoy una
dolorosa realidad. Difundido hace pocos días, el nuevo informe del Panel Internacional sobre Cambio Climático (IPCC,
por sus siglas en inglés), elaborado por 234 expertos de 66 países tras revisar
más de 14.000 artículos y referencias temáticas, arroja luces sobre los efectos
físicos que ya ha tenido el calentamiento y los posibles escenarios en función
de los gases de efecto invernadero (CO2 y metano, principalmente)
que emita la humanidad en las próximas décadas.
La concentración actual de CO₂ en la atmósfera es la más alta alcanzada en dos
millones de años, lo que ha incidido en un aumento de la temperatura media
global de 1,1 grados respecto a los niveles preindustriales. Responsables fundamentales son los combustibles
fósiles (petróleo, carbón) que liberan gases de invernadero al generar energía.
La situación es de tal gravedad que a menos que se produzcan reducciones
profundas en las próximas décadas, será difícil mantener el límite de 1,5
grados establecido como barrera para frenar el deterioro.
Contrariamente a los cautos informes anteriores, en
este informe se expresa con recia certidumbre que «la evidencia de la
influencia del ser humano en el clima es ya tan abrumadora que no hay duda
científica […]. El cambio climático inducido por el hombre se evidencia en los
cambios observados en extremos como olas de calor, fuertes precipitaciones,
sequías y ciclones tropicales». Los estamos viendo: inundaciones en Alemania,
incendios forestales en California, olas de calor en Grecia o Canadá…
A juicio de los expertos, muchos de estos cambios
serán irreversibles durante siglos o milenios. No en balde, el secretario
general de la ONU, António Guterres, asegura que «el informe del IPCC es un código rojo
para la humanidad”, a lo que añade que la viabilidad de nuestras sociedades
depende de la actuación de gobiernos, empresas y ciudadanos para limitar el
aumento de la temperatura a 1,5 grados.
Ya en 2015, el Acuerdo de París, adoptado por 197 países, tenía por objeto reducir de
forma sustancial las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero y
limitar a 1,5 grados el aumento global de la temperatura en este siglo, para lo
cual los países se comprometían a reducir sus emisiones y colaborar para
adaptarse a los efectos del cambio climático. Muy a nuestro pesar, los
principales países contaminantes (China, Estados Unidos, la Unión Europea,
India, Rusia, Japón, Brasil, Indonesia, Irán y Canadá) siguen lejos de alcanzar
ese objetivo, porque eso requiere de decisiones políticas al más alto nivel que
de ser tomadas, no siempre coinciden con los intereses de las grandes empresas
generadoras de un alto porcentaje de las emisiones en entredicho.
Una oportunidad para renovar tales votos y hacerlos
cumplir se presentará en noviembre próximo cuando en Glasgow se reúnan los
principales líderes del mundo en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el
Cambio Climático, COP26, teniendo como fondo el informe que aquí comentamos. Temas
como energía limpia eólica y solar, vehículos eléctricos o híbridos, protección
y restauración de la naturaleza, reducción de las emisiones de carbono a cero
para 2050, forman parte de la agenda en discusión.
Para nuestro país, decisiones de este tipo exigirán el
replanteamiento de la industria petrolera como la conocimos a lo largo del
siglo XX. Al respecto, Sary
Levy, presidenta de la Academia Nacional de Ciencias Económicas nos dice: «Desde
fines del siglo XX, la economía mundial apuntaba a un cambio en el patrón
energético […]. Sabíamos que PDVSA debía dejar de ser una empresa petrolera
para convertirse en una empresa energética y así posicionarse en el cambio
tecnológico y energético que se avizoraba. Pero nunca pensamos que fuera a
partir de su muerte o de su colapso […]. PDVSA es solo un ejemplo de lo que
ocurre cuando un país, una organización, no mira a largo plazo»
Será trabajo arduo ubicarnos en las duras realidades
del momento, cuando podamos retomar nuestros pasos hacia un país decente y
productivo. De no ser así, serán nuestros descendientes quienes nos reprochen haberles
robado su hábitat y su derecho a vivir en un mundo más sano, más equilibrado,
más digno de ser vivido.
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