Una vez empobrecidos, sojuzgarnos y sumirnos en una agricultura preindustrial, primitiva, que nos mantendrá tan ocupados en producir una lastimosa cosecha, que no habrá tiempo para conquistar una vida más llevadera en libertad y democracia, en esa sociedad propia del siglo XXI del conocimiento a la que tenemos derecho.
Aquí el dedo del fanfarrón. El indignado dedo del gran
dictador, señalando los campos que las manos esclavas tendrán que arañar […]
Hay que cortar toda la caña sin dejar de aplaudir.
Reinaldo Arenas / Antes que anochezca
«Ser rico es malo», decía el
insepulto. Siendo así, la pobreza sería una virtud, no un problema a resolver, por
lo que en una nación relativamente próspera cabría atizar políticas destinadas
a empobrecerla, a efectos de tensar la catadura moral de ese “hombre nuevo” que
surgiría de la devastación.
Para tal labor, el innombrable y su
sucesor se entregaron (y con ellos, el país) a la tutela de Fidel Castro, el mismo que luego de llevar a Cuba a la
ruina, dijera sin rubor que “el modelo cubano ya no funciona ni
siquiera para nosotros", el mismo que fracasó en sus
desatinos visionarios, como bien escribiera Joaquín Villalobos al listar varios de ellos: «la
vaca mágica “Ubre Blanca”, los planes arroceros, el plan fresa, las granjas de
faisanes […], la producción de quesos que superaría a la de Francia, la zafra
de los 10 millones de toneladas de azúcar».
Ya en 1960 había confiscado
ingenios y tierras cañeras. La consiguiente reducción de la producción condujo
a Castro en 1970 a convertir a todo un pueblo en peones de trabajo forzado, a sembrar
y tumbar caña, en frenesí frustrado hacia la extravagante meta. «Muchos se
daban un machetazo en una pierna, se cortaban un dedo, hacían cualquier
barbaridad con tal de no ir a aquel cañaveral», escribió Reinaldo Arenas. Hoy
Cuba, otrora gran exportador de azúcar, apenas cosecha 1,3 millones de toneladas
de azúcar, insuficientes para cubrir las necesidades de consumo de su población
depauperada.
Esta historia tiene su correlato en
Venezuela, luego de su vil subordinación a la isla. Copiando el ruinoso modelo,
Venezuela al igual que Cuba ha matado su gallina de los huevos de oro. La
producción petrolera, otrora nuestro principal rubro de exportación, ha caído a
niveles ridículos por destrucción paulatina de la gran PDVSA del pasado. Un
país que exportaba gasolina, hoy debe importarla.
Al igual que Cuba en 1960, en 2001
el gobierno “revolucionario” de Venezuela promulgó la Ley de Tierras y
Desarrollo Agrario e inició hacia 2003 las expropiaciones y confiscaciones. Me
comenta Carlos Machado Allison, colega académico y autoridad en materia agroeconómica,
que al violar los derechos de propiedad, «la incertidumbre hizo que muchos
productores dejaran de invertir. Sufrimos un brutal atraso tecnológico […]. De
más de 800 kg por habitante, en la actualidad apenas superamos los 350. En caña
de azúcar, pollos y huevos, cítricos, maíz y arroz, los descensos han sido
notables y su calidad se ha afectado. La demanda se ha desplomado por el abatimiento
en la capacidad de compra, la inflación y la escasez de combustible».
Una vez destruido el aparato productivo
de la nación por adhesión a las políticas primitivas de sus mentores cubanos,
las propuestas del régimen no son otras que sembrar conucos, cultivar en
balcones y asumir la agricultura urbana para alimentar a la población, en
espejo de La Habana, donde
tal política habría producido en 2013 alrededor de 6.700 toneladas de alimentos
para casi 300.000 personas (apenas 61 gramos diarios por persona, equivalentes
a dos hojas de lechuga o una cebolla pequeña).
Ya han comenzado a aplicar
oficialmente esa política: hace pocos días, el Consejo Directivo del Instituto
Venezolano de Investigaciones Científicas, en comunicación CD-0146/1658/2020 a
los Jefes de Centro, informa que «ha acordado el uso y provecho de los terrenos
del IVIC para la creación de huertos en espacios aptos con fines productivos
[…]. El espíritu de esta decisión está orientado a producir alimentos para el
consumo de los residentes del IVIC, con el propósito de modificar gradualmente
la cultura consumista que caracteriza a nuestro medio».
La respuesta de los investigadores
del IVIC no se ha hecho esperar. En carta fechada el 24/09/2020 hacemos notar el
cinismo de invocar una «cultura consumista» como pecado a enmendar (¡ah, la
moralina marxista!) en un personal que en su gran mayoría gana a duras penas
entre 4 y 20 dólares mensuales para mal vivir, una fracción irrisoria de la canasta básica
alimentaria que ya en julio de 2020 sobrepasaba los US$ 277 ó 185 salarios
mínimos.
Nuestro reclamo al Consejo
Directivo abunda en detalles técnicos. No obstante, obvia el aspecto ideológico
detrás de la carta de las autoridades, no otro que el de la zafra cubana de
1970: una vez empobrecidos, sojuzgarnos y sumirnos en una agricultura preindustrial,
primitiva, que nos mantendrá tan ocupados en producir una lastimosa cosecha, que
no habrá tiempo para conquistar una vida más llevadera en libertad y democracia,
en esa sociedad propia del siglo XXI del conocimiento a la que tenemos derecho.
Ese y no otro es el propósito: el
vasallaje del pueblo a un sistema retrógrado que perpetúe la dictadura. Está en
nosotros no permitirlo.
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