"... Finalmente entendí que la libertad no se trata de poder tener sino de no necesitar y que realmente solo pierde quien se rinde..."
Opinión / Miércoles 24 de octubre de 2018
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AL COMPÁS DE LA CIENCIA
GIOCONDA CUNTO DE SAN BLAS
DE GULAGS, ROTUNDAS Y TUMBAS
En memoria de Fernando Albán
“Le dijo Alioska: ¿De qué te sirve la libertad? ¡En la libertad, hasta el último resto de tu fe es ahogado por las zarzas! ¡Aquí tienes tiempo de pensar en tu alma!… Sujov miró al techo en silencio. Ni él mismo sabía si deseaba realmente la libertad o no. Al principio la anhelaba mucho y cada noche contaba los días que habían pasado y los que faltaban para el fin de su condena. Mas pronto se cansó de hacerlo; y luego se supo por rumores que no enviaban a los presos a casa, sino al destierro. ¡Sabía el diablo si la vida sería mejor para él en otra parte que allí! Puesto en libertad, no tendría más que un solo deseo: ¡A casa! Y a su casa no le dejarían volver...” (Aleksandr Solzhenitsyn, Un día en la vida de Iván Denísovich; un relato basado en su propia experiencia como prisionero del régimen estalinista soviético).
“La noche del jueves nos quitan los colchones y las mantas y nos inflingen castigos, como por ejemplo, hacernos apoyar las puntas de los dedos contra la pared, con el cuerpo en plano inclinado y tenernos así por largo rato… Es notorio como la situación es progresivamente más tensa” (Tomás Eloy Martínez, La pasión según Trelew; narrativa de una matanza a sangre fría en época de la dictadura de Alejandro Lanusse en Argentina).
“Hambre, sed, grillos, asfixia… A media noche sacaban los presos de los calabozos al otro patio, les daban de palos y los traían a morirse en las celdas. Hubo años, como en 1916, en que yacían tres o cuatro muertos al día… por la inanición, por los maltratos, por la humedad, por la angustia de noches enteras aguardando suplicios que son hasta una náusea referirlos… La desesperación tiene solo un consuelo: el abandono de sí. Sobre nuestra miseria física, de la hoguera de nuestro tormento, del fosfato de los huesos enterrados surge un eterno e impalpable sentido perceptivo que exaspera a los iracundos y envenena las horas del regodeo infame. Esas gentes que ríen de nosotros tienen risa de calaveras. Se están riendo de la propia catástrofe” (José Rafael Pocaterra, Memorias de un venezolano de la decadencia; relato de sus vivencias como preso político de Cipriano Castro y Juan Vicente Gómez).
“Dio vueltas a mi alrededor y de improviso en un movimiento repentino descargó la peinilla de plano sobre mi espalda. Un golpe oficial, de la más pura ortodoxia dentro de las reglas de juego de la SN… Sin darme tiempo para recuperar el aire, un golpe seco debajo del anterior. Y otro, y otro, y otro, para ablandar… cuando me incliné la peinilla me cayó en la sien como un hierro caliente…Aplicó los cables. Uno en el testículo derecho, otro en la ingle. Caí fulminado. El jefe de interrogatorios, arrodillado, aplicaba los cables en cualquier parte…¿Dónde está Ruiz Pineda? Volvía a la vida muy lejos… ¿Dónde está Ruiz Pineda?” (José Vicente Abreu, Se llamaba SN; relato autobiográfico de supasantía como preso político de la Seguridad Nacional, órgano represivo del dictador Marcos Pérez Jiménez).
Siempre lo mismo, con técnicas cada vez más refinadas: golpes, violaciones, tortura, antes y ahora. Cuando pase el tiempo ¿habrá quien escriba sobre el infierno actual a partir de sus propias experiencias?
Tal vez ese poeta ya se asoma: “Nací en una tierra hermosa donde se devaluó la vida hasta borrarse por completo el significado de la dignidad y el sentido de lo humano, se desataron los demonios de la avaricia y el resentimiento, se creció toda la intolerancia al libre pensamiento con el objetivo de imponer, con fuego y hambre, un pensamiento único… Como otros jóvenes, terminé de cabeza consagrado en aquella romántica terquedad de querer cambiar el mundo en el que vivo… Me han golpeado en el alma y en el cuerpo y me han herido en lo más profundo. Me han quitado casi todo… he vivido la soledad como un castigo y como una bendición al mismo tiempo, me han aislado de todo, tanto tiempo, que me llevaron sin remedio a encontrarme con mi yo. Me metieron en una Tumba fría un poco más de dos años, me llevaron a la Roca Tarpeya y me metieron en una caja de concreto… Hace mucho que dejé de ver la luna pero aun hablo con ella… Finalmente entendí que la libertad no se trata de poder tener sino de no necesitar y que realmente solo pierde quien se rinde y que la clave está en perder el miedo a caerse y levantarse una y otra vez con humildad… que la celda es tan solo una caja y una idea es todo un universo.” (Lorent Saleh, Carta a su madre; preso político en la Tumba y el Helicoide en esta época sombría; recientemente liberado y extrañado del país, mientras el país decente lloraba a Fernando Albán, víctima inocente del régimen).
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