Opinión / jueves 14 de julio de 2022
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GIOCONDA CUNTO DE SAN BLAS
Éxtasis,
no otra cosa, es lo que siento cuando veo la primera fotografía tomada por el
telescopio James Webb, publicada hace apenas pocos días, lunes 11 de julio de
2022, foto de un universo multicolor, cual tarjeta navideña, desplegado ante
nuestros ojos por primera vez. Éxtasis ante el despliegue
científico-tecnológico que ha significado poner en órbita el telescopio,
programar todas sus funciones a distancia sideral, y mandar sus fotografías, según
lo prometido el 25 de diciembre de 2021 cuando el telescopio fue lanzado desde
una base en la Guayana francesa, cual regalo de navidad para la humanidad, como
reseñé en artículo
previo.
Éxtasis
ante la belleza de un mundo desconocido hasta ahora por el ojo humano, incapaz
de visualizar la luz infrarroja que sí capta el telescopio Webb. Éxtasis ante
estrellas cuya existencia desconocíamos; ante la belleza explosiva de las nebulosas,
esas guarderías donde se incuban las estrellas bebés en medio de polvo y gases
y donde también las estrellas viejas, las supernovas, van a morir, vida y
muerte en un mismo espacio cósmico; ante galaxias que lucen cercanas pero que se
encuentran a millones de años luz* de nosotros.
El
telescopio Webb seguirá regalándonos fotos que permitirán estudiar la formación
de las primeras galaxias y estrellas que se formaron en el universo temprano,
unos cien millones de años después del Big Bang. La luz de estas primeras
galaxias ha estado viajando durante 13.800 millones de años y son ellas las que
el telescopio James Webb captará para nosotros en su vasto curiosear por el
infinito.
Recreo
aquella conmovedora escena de «Rapsodia
en agosto», film antibelicista del eximio director de cine Akira Kurosawa,
en la que la abuela y sus nietos, de espaldas al espectador, en silencio
contemplan la luna llena que limpiará sus mentes de las miserias del pasado, de
la violencia de un brutal ayer atómico que contradictoriamente pretendía la paz.
Solo que ahora recreo la escena de la anciana y los niños, asombrados al igual
que yo, de ese cielo estrellado multicolor que el telescopio Webb nos regaló
ayer, de ese cielo que siempre ha estado allí, aunque nunca a nuestro alcance, por
causa de nuestras limitadas capacidades sensoriales; una imagen, ahora sí,
marcada para la paz de todos los seres humanos en admiración por lo alcanzado.
Quisiera
quedarme allí, en ese universo infinito, en búsqueda de nuevas verdades, de
descubrimientos sin fin, en medio del orgullo de estos logros, nacidos de la
inventiva del ser humano, que al mismo tiempo traen consigo la humildad de
vernos como un punto minúsculo en medio de tanto portento.
No
es posible. Hay que volver a la tierra, a nuestras preocupaciones diarias, a
nuestras alegrías y tristezas, buscando la paz en medio de las discordias, que
son muchas. Ahora con la certeza de que habrá siempre más para sorprendernos en
el camino de la ciencia. En frase de Sharon Begley,
reportera de Newsweek en 1977, erróneamente atribuida a Carl Sagan: «En alguna
parte, algo increíble espera por ser descubierto». Ayer fue uno de esos días.
*(año
luz: medida de longitud empleada en astronomía, equivalente a la distancia que
recorre la luz en un año, aproximadamente nueve billones de kilómetros)
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