Serán
sus enseñanzas de entonces, su mensaje al claustro, los que deberemos mantener
vivos para el momento civilizador que llegará también para nosotros, más
temprano que tarde.
Opinión / Jueves 30 de marzo de 2017
http://www.talcualdigital.com/Nota/138937/francisco-de-venanzi-arquitecto-de-civilidad
AL COMPÁS DE LA CIENCIA
GIOCONDA SAN BLAS
Hablar
de héroes en nuestro país evoca de manera automática a figuras militares que,
acordes con su formación, recurren a la guerra y al léxico bélico como principales
vehículos de relación con su sociedad. En esos altares están los guerreros de
la independencia, acompañados ahora por unos supuestos ídolos de oscuro pasado
militar y personajes contemporáneos de ficticias glorias castrenses.
Para
enderezar tal sesgo interpretativo es necesario rescatar para la memoria
histórica de la nación a venezolanos que decidieron trabajar bajo las banderas
de la civilidad, de la educación, de la ciencia, del estudio y la bonhomía.
Figuras como José María Vargas, Cecilio Acosta, Teresa de la Parra, Alberto
Adriani, Lya Imber de Coronil, Arnoldo Gabaldón, por citar unos pocos de una
larga lista de gente empeñada en ver al país no como cuartel sino como
república civil y asiento de los más altos valores ciudadanos.
Uno
de tales héroes civiles es Francisco De Venanzi,
Rector Magnífico de la Universidad Central de Venezuela (UCV), cuya trayectoria
en los difíciles años posteriores a la caída del dictador Marcos Pérez Jiménez (1958
a 1963) dejó una huella indeleble en la Universidad y la sociedad venezolana, reflejada
estos días en los múltiples actos con ocasión del centenario de su nacimiento,
ocurrido el 12 de marzo de 1917, a escasos meses de la creación de la Academia de Ciencias Físicas, Matemáticas y
Naturales el 19 de junio de ese año.
Queriendo
ser arquitecto y no pudiéndolo por inexistencia de tal disciplina en las
restringidas universidades de la época, dirigió sus esfuerzos estudiantiles a
la medicina, motivado según propias palabras por su continuo contacto desde la
infancia con médicos y centros hospitalarios donde atendían su precaria salud.
Ya
graduado y con pasantías de postgrado en el exterior, renuncia en 1951 a la UCV
con otros profesores, en protesta por la intervención de la dictadura en los
destinos universitarios. Se incorpora en 1952 al Instituto de Investigaciones
Médicas de la Fundación Luis Roche. Allí él, Marcel Roche y otros jóvenes
investigadores sembraron la semilla de lo que a partir de 1958 serían núcleos científicos en la UCV y el Instituto
Venezolano de Investigaciones Científicas (IVIC). Su febril actividad
investigativa lo llevó a estudiar anemias rurales, bocio endémico, diabetes,
desnutrición, patologías relacionadas con la pobreza.
En
la década de 1950, en medio de la oscuridad dictatorial, se dispone con otros
colegas a fundar la Asociación Venezolana para el Avance de la Ciencia (AsoVAC)
y es actor principal en la creación de la revista Acta Científica Venezolana,
como medio de trasmisión de nuevos conocimientos.
En
1958 es llamado por la junta provisional de gobierno para encargarlo de la
rectoría de la UCV. Es en esa posición, extendida hasta 1963 por elecciones
internas, que conduce su más trascendental recorrido como arquitecto de esa
universidad renovada que la nación requería para su desarrollo. Fiel a su concepción de una universidad
autónoma, con libertad de cátedra, abierta a la discusión de ideas, democrática,
sintonizada con las necesidades del país y consciente de la importancia de las
ciencias en el devenir moderno de la sociedad, De Venanzi hace realidad sus
sueños: reorganiza la UCV, crea la Facultad de Ciencias, el Centro de Estudios
del Desarrollo (CENDES) y otras dependencias, dedica esfuerzos a la aprobación
de una ley de universidades garante de los principios que le son caros;
consciente de la relevancia de la investigación científica y de la publicación
de resultados experimentales, crea el Consejo de Desarrollo Científico y
Humanístico (CDCH), la Asociación para el Progreso de la Investigación
Universitaria (APIU), la Imprenta Universitaria.
Hizo
todo esto y más en medio de crecientes achaques de salud y a contracorriente de
los sinsabores de la amarga subversión política iniciada en Venezuela a
principios de los años ’60, uno de cuyos asientos fueron los campos
universitarios, en abusiva interpretación de la autonomía. Ello le confiere un
matiz heroico a la labor de ese ciudadano que cuando niño quiso ser arquitecto
y que al no poderlo, se convirtió en arquitecto de civilidad para una nación
que entonces despertaba de la modorra dictatorial.
Serán
sus enseñanzas de entonces, su mensaje al claustro, los que deberemos mantener
vivos para el momento civilizador que llegará también para nosotros, más
temprano que tarde.
Es adecuado recordarlo hoy, que hemos vuelto de nuevo a la monarquía..
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