... Hoy, con satélites, GPS y demás instrumentos modernos de localización geográfica a disposición de científicos y entusiastas, la aventura del descubrimiento de las fuentes del Orinoco se habría logrado con mayor facilidad, aunque sin el dramatismo novelesco que hoy se nos entrega como testimonio de una generación que estuvo dispuesta a dar lo mejor de sí para defender la soberanía nacional dependiente de esa frontera.
GIOCONDA SAN BLAS
EL MISTERIO DE LAS FUENTES
Para Luis Carbonell y Julieta Salas de
Carbonell
Fue
en 1953 cuando a Venezuela llegó la televisión, toda una novedad a la que sólo
unos pocos podían acceder. En aquellas casas coloniales de La Pastora donde vivíamos
modestamente, los afortunados poseedores de este equipo lo ubicaban en la sala
de la casa, donde sus ocupantes se sentaban a disfrutar de aquella programación
incipiente con las ventanas abiertas de par en par, en signo de ostentación y
para provocar la envidia de quienes no disponían del artefacto (otro equipo
para similar pavoneo eran las recién llegadas neveras).
Los
niños de la vecindad se colgaban como racimos de las rejas de esas ventanas
para admirar el milagro y disfrutar con incomodidad apenas sentida las
proyecciones en blanco y negro de aquella pantalla que disparaba noticias,
programas culturales de precaria factura y alguno que otro mensaje del gobierno
dictatorial, por las pocas horas (dos o tres) de trasmisión diaria.
Mi
hermano y yo, apenas niños, pertenecíamos entonces a la clase imposibilitada de
adquirir televisor. Para fortuna nuestra, una parienta de mayor solvencia
económica que vivía a la vuelta de la esquina, sí lo tenía. Por esa razón, él y
yo disfrutábamos del honor de ser invitados a su casa y previa recomendación
materna (“se portan bien”), sentarnos en su sala a ver televisión arrellenados
en mullidos sillones, con ínfulas de supremacía infantil frente a nuestros
vecinitos de cuadra.
Con
lo imprecisos que puedan ser los recuerdos, tengo vívido en mi mente un
documental trasmitido en esa naciente televisión. En él se resumía en poco
menos de media hora la epopeya de unos expedicionarios que por disposición del
Presidente de la Junta Militar de Gobierno de Venezuela, Carlos Delgado
Chalbaud, conformaron en 1950 un grupo exploratorio para encontrar las fuentes
del río Orinoco. No era éste mero capricho presidencial. El impreciso Tratado
de Tordesillas de 1494 para el reparto de las zonas de conquista y anexión del
Nuevo Mundo entre los reinos de Castilla y Aragón y Portugal, generó entre
otros, el Tratado de San Ildefonso de 1777 que establecía las fronteras de los
territorios español y portugués, sobre la base de una línea trazada sobre el
curso de varios ríos, entre los cuales figuraba el Orinoco y sus fuentes. De
manera que establecer el punto geográfico preciso de ese origen era materia de
soberanía nacional.
Así
las cosas, el 6 de agosto de 1951 se inició la expedición franco-venezolana en la sabana de La
Esmeralda, compuesta por más de 50 hombres, de los que menos de 20 llegaron a
las fuentes. Para entonces Carlos Delgado Chalbaud había fallecido, víctima de
un magnicidio (el único en la historia venezolana) ocurrido el 13 de noviembre
de 1950. El Mayor Franz Rísquez Iribarren actuó como Comandante de la
expedición y entre ellos, Luis Manuel Carbonell participó como delegado del
Ministerio de Educación y médico de la expedición, en la actualidad único
sobreviviente del grupo. Hasta allí mis vagos recuerdos, que en ningún momento
me permitieron sospechar que años más tarde entablaría relación profesional con
Carbonell y amistad personal con él y su esposa, en un lazo afectivo que se ha
extendido por décadas.
Pero
hete aquí que ahora Julieta Salas de Carbonell, esposa de Luis, tomó cartas en
el asunto para impedir que la historia se perdiera en unas pocas anécdotas mal
contadas por terceras personas. Armada con un bagaje de lecturas que cubre
desde los tiempos de la Colonia hasta la fecha y nutrida por las vivencias
personales de su marido, nos ha presentado el libro que da título a esta nota (Julieta Salas de Carbonell, 2013, El
Misterio de las Fuentes, Ed. Academia Nacional de Ciencias Físicas, Matemáticas
y Naturales, Colección Estudios Divulgación Científica y Tecnológica) y donde
recoge día a día las peripecias de esta aventura sin par.
Con
ella nos sumergimos en esas caminatas y navegaciones riesgosas que a lo largo
de casi cuatro meses llevó a los expedicionarios a destino. Varios científicos
estaban entre ellos, además de Carbonell: José María Cruxent, director del Museo de
Ciencias Naturales de Caracas, más tarde investigador del IVIC, junto con
Carbonell, el naturalista Pablo Anduze, el botánico León Croizat y un grupo de
cartógrafos, geodésicos, geólogos, biólogos y dibujantes con quienes se aspiraba
hacer un amplio estudio de la región del alto Orinoco. Y además, un nutrido grupo de habitantes de la zona que ayudaban
como cargadores, cocinero y demás oficios complementarios.
Curiaras llevadas a remolque por tierra,
equipos perdidos en la turbulencia de las aguas, accidentes fatales, alimentos
que periódicamente llegaban por paracaídas desde aviones militares, hermosos
paisajes, naturaleza salvaje, recolección de especies biológicas y mucho más forman
parte de la saga. A esto se añadió
la prolongada convivencia sin escape posible que hizo
surgir las inevitables desavenencias, muchas de ellas provocadas por
discrepancias continuas entre el Mayor Rísquez y los civiles, reacios a
convertirse en tropa sujeta a reglamentos militares como aquel pretendía. El
eterno dilema que también hoy vivimos, entre la disciplina de mandar y obedecer
vs. la cultura de libre pensamiento y actuación por consenso. A tanto llegó,
que El Motín fue el nombre escogido para bautizar uno de los campamentos donde
la tensión había llegado al máximo. (Foto: http://www.codigovenezuela.com/2012/09//explorador-blogs/un-fortuito-encuentro-por-julieta-salas-carbonell-lahechicera)
Las
toponimias escogidas (Isla de los Amoladores, de las Serpientes, del Esfuerzo,
Salto de las Academias, campamento del Ugueto, Salto Araguaney y tantas otras)
fueron inspiradas en circunstancias allí vividas o imaginadas, nombres de
exploradores de otras épocas, o a veces nombres de familiares. Y así,
bautizando, caminando, cayendo al agua, pasando dificultades, superando
enfermedades y heridas, cantando en las noches con el rasgado de un cuatro, la
expedición llegó el 27 de noviembre de 1951 a las coordenadas 2o 19’
05’’7 de latitud al norte del Ecuador y 63o 21’ 42’’63 de longitud
al oeste de Greenwich, a una altitud de 1.047,35 metros sobre el nivel del mar,
donde se ubican las cabeceras del gran río.
“Caminamos por la trocha hasta que
llegamos al brote del manantial en una concavidad del cerro. Yo,
particularmente, quedé extasiado, aunque no había nada espectacular, ni
farallones, ni precipicios, ningún misterio. Allí estábamos ante lo que se
transformaría en el quinto (en realidad, el segundo) río de América”. Así describió
Carbonell sus emociones del momento.
Al
ondear la bandera nacional en el cerro que separa las aguas nacientes del
Orinoco y el Amazonas, se le bautizó como Cerro Delgado Chalbaud en homenaje al
malogrado presidente, impulsor de la expedición. Desde entonces, éste sirve de
punto limítrofe entre la República Bolivariana de Venezuela y la República
Federativa de Brasil.
Con
este gran recuento que hoy nos regala Juli, mis recuerdos de infancia no sólo
se confirman y expanden, sino que nos permite traer esos hechos a los niños y
no tan niños de hoy, mantenerlos en la conciencia colectiva y sumarlos a la
historia nacional, como demostración de lo que probablemente fue la última
expedición romántica al estilo de tiempos ya idos.
Hoy, con satélites, GPS y demás instrumentos modernos de localización
geográfica a disposición de científicos y entusiastas, la aventura del
descubrimiento de las fuentes del Orinoco se habría logrado con mayor facilidad,
aunque sin el dramatismo novelesco que hoy se nos entrega como testimonio de
una generación que estuvo dispuesta a dar lo mejor de sí para defender la soberanía
nacional dependiente de esa frontera.
San Antonio de los Altos, 29
de marzo de 2013
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