El IVIC volverá un día ojalá cercano a resplandecer con sus jardines cuidados, las obras de arte valoradas y una actividad científica rutilante, cuando este país, nuestro país, retome la senda de la civilidad hacia un destino mejor, muy pronto.
Tomado de Contrapunto.com
Opinión / jueves 14 de febrero de 2019
http://talcualdigital.com/index.php/2019/02/14/60-anos-del-ivic-por-gioconda-cunto-de-san-blas/
AL COMPÁS DE LA CIENCIA
GIOCONDA CUNTO DE SAN BLAS
60 AÑOS DEL IVIC
*Este artículo es una
versión modificada de un texto interno escrito en ocasión de un aniversario
anterior del IVIC.
Mayo de 1967. Recién
graduada de Licenciada en Química en la Universidad Central de Venezuela,
soñaba con venir al IVIC, el Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas,
un instituto que apenas con ocho años de fundado, hijo de la democracia
naciente, ya se colocaba como una nueva promesa en el universo de instituciones
científicas de América Latina. Llena de ilusiones juveniles, llegué a esa
montaña, Altos de Pipe, un día frío, hermosamente nublado, un instituto
suspendido entre nubes. Eran pocos los edificios, apenas los de medicina,
virología, unos galpones para arqueología y el reactor nuclear que hospedaba a
química y física, residencias e instalaciones de servicio, nada más. Y un grupo
pequeño pero creciente de personal científico y estudiantes, que junto con un
reducido personal administrativo y obrero, ayudaban en la misión de apoyar la
investigación que ahí se hacía.
Era un IVIC bullente.
Actividades por doquier, investigaciones, reuniones científicas, visitas de
colegas nacionales y extranjeros, de ministros, diplomáticos, embajadores, un
instituto que entonces señalaba un rumbo en aquella Venezuela que despertaba a
la civilidad y se codeaba con instituciones nacionales y foráneas en
intercambio fructífero. Objeto de admiración era el concierto entre
investigación científica de calidad medida con estándares internacionales y el
arte que aparecía aquí y allá en medio de la neblina.
Por un lado, proyectos
experimentales, muchos de ellos centrados en la resolución de problemas
nacionales: investigaciones sobre microbios patógenos, pruebas genéticas de
paternidad, estudios nutricionales, física nuclear aplicada a la esterilización
de equipos hospitalarios, proyectos en petróleo, pruebas diagnósticas novedosas
surgidas de sus laboratorios y tantos otros programas exitosos también en
formación de recursos humanos de alto nivel, en prueba de aporte al país; por
el otro lado, Jesús Soto, Marisol Escobar, Alejandro Otero, Carlos Cruz Diez,
Lía Bermúdez… y sus magníficas obras de arte, acompañándonos en nuestro
discurrir académico, mudos testigos de alegrías y tristezas.
Había problemas, sin duda.
El paraíso no existe sino en libros y sueños. Pero cuando comparo aquello con
la cotidianidad actual, siento que el nirvana lo tuvimos cerca, sin
notarlo.
Hoy en el IVIC aparecen de
vez en cuando las mismas nieblas de hace medio siglo. Pero el ambiente es otro
porque el país es otro. Del IVIC estudioso y pujante queda todavía gente
valiosa que trabaja y se esfuerza por salir adelante en laboratorios carentes
de recursos, gente que tozudamente insiste en mantener vivo al IVIC a pesar del
deterioro institucional representado en magros presupuestos para investigación,
y en numerosas vacantes surgidas del alejamiento de un personal altamente
calificado que ha abandonado sus mal remunerados cargos en busca de un futuro
mejor, casi siempre fuera del país, huyendo de la miseria circundante. Un
personal remanente ahora más dedicado, como es natural en estos tiempos
tormentosos, a sobrevivir en medio de la penuria nacional, sin que quede tiempo
ni energía para cumplir con la misión fundamental.
También sufren Soto, Cruz
Diez, Escobar… cubiertos de maleza y suciedad, perdido el brillo de épocas
pasadas, huérfanos de las miradas cómplices de quienes se acogían a su sombra
para contarles sus cuitas y explicarles sus hallazgos. Ya no hay tiempo para
ellos. La dureza de la vida venezolana bajo la revolución fallida nos ha cegado
a las bellezas del entorno, nos impide disfrutar de los atardeceres magníficos
que de vez en cuando desparraman sus colores en nuestra montaña, nos hace
sordos al sonido del viento entre las hojas. Solo hay tiempo para escarbar en
las necesidades básicas de la vida diaria para sobrevivir.
Por los momentos, el
encanto del quehacer científico y su armonía con la poesía del paisaje
circundante parecen remotos. Pero regresarán, seguro que sí, y el IVIC volverá
un día ojalá cercano a resplandecer con sus jardines cuidados, las obras de
arte valoradas y una actividad científica rutilante, cuando este país, nuestro
país, retome la senda de la civilidad hacia un destino mejor, muy pronto.
Feliz 60º aniversario,
querido IVIC.
TUITEANDO
Dice el usurpador: “Hoy celebramos la creación de la Universidad Experimental del Transporte (UNET) a partir de la transformación del IUT
Federico Rivero Palacios”.
Y respondo: El IUT, alguna vez un instituto de alta factura creado
hace 48 años en 1971 con el asesoramiento del gobierno francés, muere así en
manos de la ignorancia y de quienes hayan colaborado para destruirlo. Triste
noticia.
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